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Quitarnos la venda de los ojos

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El terremoto ocurrido en Haití en enero pasado  y la reciente explosión de cólera que penosamente ha segado la vida de más de mil haitianos, han destapado realidades que aunque estaban a la vista de todos, muchos preferían evadirlas como si no existieran.

Por razones geográficas Haití y la República Dominicana están unidas indisolublemente, pero por razones históricas y culturales hemos vivido divididos.

La transformación  económica ocurrida en nuestro país en las últimas décadas y concomitantemente el debilitamiento continuo del Estado haitiano, significaron un cambio en la inmigración haitiana, la cual no sólo se ha hecho cada vez más numerosa ante la calamitosa situación de ese país; sino que pasó de ser eminentemente rural, para trabajos en la agroindustria, a una fuerte presencia urbana en trabajos de construcción, servicios domésticos, turísticos y expendio de alimentos informales.

El dinamismo del sector construcción en los últimos años y la utilización por el mismo de un alto porcentaje de fuerza laboral haitiana, ha hecho que en el centro de  de Santo Domingo y otras ciudades, trabajadores vivan y realicen sus necesidades vitales en  construcciones bajo condiciones no aptas.  Esto también se ha reproducido a la vista de todos, bajo el silencio cómplice de las autoridades.

Por eso los dominicanos que por razones históricas y culturales no hemos desarrollado gran comunicación con el pueblo haitiano y más bien hemos vivido de espaldas a esa realidad, debemos  entender que los problemas haitianos nos afectan directamente, no sólo porque es una nación vecina; sino porque los mismos viven a lo ancho de la geografía nacional, son una fuerza laboral imprescindible para algunos sectores,  importan buena parte de nuestra producción y utilizan nuestros servicios, principalmente los hospitales públicos.

La propagación del cólera en Haití forzosamente iba a provocar que se dieran casos en nuestro país, por lo que las autoridades oportunamente comenzaron a desplegar acciones necesarias.  Sin embargo debemos estar  conscientes del peligro que representa no solo para nuestra salud sino, para nuestra economía, este hecho frente a la comunidad internacional; a la que  le es difícil disociar lo que ocurre a uno u otro lado de la isla.

Por eso no podemos seguir con los ojos cerrados frente a este importante asunto: una inmigración que no solo en su mayoría es ilegal sino que ni siquiera goza de documentos de identidad, cuyas entradas desde y hacia la frontera carecen de debidos registros y controles.  La realidad haitiana, lejana para muchos es cada vez más cercana para todos, pues la tenemos en nuestras propias entrañas, al lado de nuestras casas, escuelas, edificios públicos y  negocios.  Es hora de que comencemos a quitarnos la venda de los ojos,  entendiendo que lo que afecta a Haití, nos afecta a nosotros también, por lo que debemos actuar en consecuencia.

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