De esperanzas en 2021, a las pruebas del 2025 y el 2026 que llega

La ética pública y la identidad cultural son claves para enfrentar las nuevas amenazas tras la pandemia.

Santo Domingo.– Cuando en diciembre de 2020 escribimos que el año 2021 debía ser “esperanzador para la humanidad”, lo hicimos desde un mundo herido, paralizado por el miedo, el encierro y la muerte.

Esperanza y desafíos postpandemia

La pandemia había puesto en suspenso la vida cotidiana, la economía global y las certezas que muchos creían inamovibles.

Aquella esperanza no era ingenua: era una necesidad moral y humana frente al colapso.

Cinco años después, vale la pena preguntarnos con serenidad qué fue de aquella esperanza: qué se cumplió, qué no, y qué nuevas amenazas surgieron cuando el mundo creyó haber dejado atrás la crisis sanitaria.

Es cierto que la humanidad logró superar el peor momento del COVID‑19. Las vacunas, los tratamientos y el aprendizaje colectivo permitieron reabrir economías, recuperar empleos y restablecer la movilidad internacional.

El miedo biológico retrocedió, pero dejó huellas profundas: Estados más endeudados, sociedades más desconfiadas y una aceleración tecnológica que transformó el trabajo, la educación y la comunicación a una velocidad sin precedentes.

Geopolítica y retos internacionales

Sin embargo, la salida de la pandemia no trajo la calma que muchos esperaban. La guerra regresó al corazón de Europa, los conflictos regionales se multiplicaron y el sistema internacional entró en una fase de competencia abierta entre grandes potencias.

La rivalidad entre Estados Unidos y China, que en 2020 se percibía principalmente como comercial y tecnológica, se convirtió en un eje estructural del orden mundial.

A ello se sumó el reacomodo de Rusia, las tensiones en Medio Oriente y la fragilidad creciente de organismos multilaterales incapaces de imponer consensos duraderos.

La esperanza sanitaria dio paso a una incertidumbre geopolítica.

En ese contexto, la República Dominicana —como tantas veces en su historia— volvió a demostrar una notable capacidad de adaptación.

El país resistió choques externos, mantuvo estabilidad política, protegió su economía turística y logró crecer en medio de un entorno internacional adverso.

No fue un camino exento de errores ni de tensiones internas, pero sí una prueba más de que la supervivencia nacional ha sido una constante histórica desde el siglo XIX hasta nuestros días.

Al mismo tiempo, se confirmaron varios de los dilemas planteados en 2020.

La pregunta sobre alineamiento o neutralidad dejó de ser teórica. La presión para tomar posiciones claras frente a los bloques de poder aumentó.

La diplomacia dejó de ser solo protocolo para convertirse en un ejercicio permanente de equilibrio, prudencia y defensa del interés nacional.

    También quedó claro que la tecnología —especialmente la inteligencia artificial— no era solo una promesa de progreso, sino un factor de disrupción social.

    Junto con avances extraordinarios llegaron nuevas formas de desigualdad, concentración económica y ansiedad colectiva.

    El progreso material, una vez más, no vino acompañado automáticamente de progreso moral.

    Visto desde 2025, aquel llamado a la esperanza sigue siendo válido, pero necesita ser reinterpretado.

    La esperanza no puede descansar únicamente en la ciencia, ni en la economía, ni en las grandes potencias. Debe apoyarse en la fortaleza de las instituciones, en la identidad cultural de los pueblos y en una ética pública que permita resistir la barbarie, venga esta de la guerra, del fanatismo o del vacío espiritual.

    La República Dominicana ha sobrevivido a imperios, invasiones, guerras mundiales y crisis globales porque ha sabido, en los momentos decisivos, preservar su sentido de nación. Ese sigue siendo el desafío hacia adelante.

    Si algo nos enseñó el tránsito de 2020 a 2025 es que la esperanza no es un punto de llegada, sino una tarea permanente.

    Y que los pueblos que no renuncian a pensar, a recordar y a defenderse con dignidad están mejor preparados para enfrentar los tiempos difíciles que, inevitablemente, volverán.

    Con Dios y la Esperanza Siempre, también en el 2016, seguimos adelante.