Por: Mario Rivadulla
Planeta Azul, una de las marcas más queridas por los dominicanos, ha sido atacada injustamente en las redes sociales. La propia familia del fundador ha hecho público un desacuerdo que debió resolverse de manera privada en los tribunales, sin toda esa exposición mediática que a quien más perjudica es a la empresa.
El conflicto que ocurre ahora en Planeta Azul no es nuevo, en muchas otras empresas dominicanas ha ocurrido. Solo que pocas veces se hizo público y las diferencias se resolvieron internamente o de manera legal, pero siempre lejos del foco mediático.
Lo que ocurrió en la envasadora de agua es muy simple y carece de todo ese dramatismo que se ha querido vender en las redes sociales.
Si la familia Santos Berroa sólo tiene un 42% de las acciones de Planeta Azul, no se trata de una empresa familiar sino de capital variado. Andrés Santos, hermano de José, tenía un 16% y decidió vender la totalidad de sus acciones.
Loganville (Vicini), que poseía un 39%, ofreció comprarlas siempre y cuando fueran en su totalidad.
José también estaba interesado en comprar, pero no tenía el capital suficiente para adquirir todas las acciones de su hermano Andrés, quién al final decidió inclinarse por la oferta de Loganville, quien cumplía con todas sus exigencias. Eso convirtió a la empresa, perteneciente a un fondo de Inicia, en el accionista mayoritario de Planeta Azul con un 56%.
Le toca a los tribunales decidir si esa transacción fue válida o no. Mientras tanto, José Santos Taveras debería pensar en el futuro del negocio que él creó, en el bienestar de los trabajadores de la empresa y recapacitar. Lo correcto es que el accionista mayoritario, es decir, Loganville, opere. Si al final, la justicia decide que los Santos Berroa tenían razón, todo vuelve al punto inicial.
No es la primera vez que ocurre ni será la última. Ni Planeta Azul, ni sus accionistas ni sus consumidores se lo merecen. Recapacite, don José.
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