Estoy seguro de no ser el único que ha cambiado su opinión sobre Luis Abinader en los últimos tres años. Venció a puro pulso su inexperiencia al enfrentar exitosamente en sus primeros dos años las peores amenazas sanitarias y económicas que ha visto el país desde mediados del siglo XX. En su ejercicio del poder ha exhibido una decencia y compostura admirables.
Hay problemas como en cualquier país y época, pero puesto todo en la balanza debe reconocerse que no son en vano los piropos de organismos internacionales a la gestión de su gobierno. Sólo desentonan los frecuentes pellizcos gringos causados por otros motivos, como la menguada lucidez de su diplomacia y afán por encasquetarnos a los haitianos.
Ninguna de las alternativas a una reelección suya augura una mejoría del estado de cosas actual y al contrario impediría que complete una obra de gobierno cuyos primeros dos años fueron de excepción por la pandemia, la guerra y todas las consecuencias de ambos. Que su esposa e hijas no deseen que siga ocupándose de tantas cananas es quizás otra poderosa razón para apoyar que Abinader sea reelecto.
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