La conversación telefónica de una hora entre Donald Trump y Vladimir Putin, y el pronunciamiento del Grupo de Lima, exhortando a los países como Rusia y Turquía, que aún sustentan el gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro, a favorecer el proceso de transición democrática en Venezuela, alientan las esperanzas de que pronto se produzca un nuevo amanecer en la patria bolivariana.
El Grupo de Lima también se ha comprometido a gestionar con Cuba, colaboración para la reincorporación de Venezuela a la vida democrática, es decir que se persiste en la apuesta de la culminación incruenta de la terrible pesadilla que vive un país rico hundido en la miseria y la desesperanza, generando una estampida de sus ciudadanos por todas partes del mundo.
La frustrada jornada cívica militar que arrancó al despuntar el 30 de abril tenía el propósito de propiciar una salida que ahorre una traumática y costosa intervención militar, pero parte de la planificación quedó en el tintero.
Aunque me extraña que el asesor de seguridad del presidente Donald Trump, John Bolton y otros funcionarios estadounidenses hayan hecho pública las cosas pactadas con algunos jerarcas militares del régimen ilegítimo y el presidente del Tribunal Superior de Justicia, no tengo la menor duda de que esos entendimientos se produjeron, aunque luego se interpusieran situaciones que los descarrilaron.
La historia demuestra que el mayor peligro que enfrenta un dictador se genera en su propio entorno, pero que no siempre los que han sido cooptados a su alrededor para contribuir con su derrocamiento, terminen rindiendo el servicio esperado.
Lo que se intentó en Venezuela fue muy similar a lo que ocurrió en República Dominicana el 23 de febrero de 1930, con el levantamiento encabezado por Rafael Estrella Ureña para el derrocamiento de Horacio Vásquez. El Vladimir Padrino de ese acontecimiento fue Rafael Leonidas Trujillo, que se comprometió a permitir que todo se efectuara sin contraofensiva militar, aunque después se alzó con el santo y la limosna.
Tiene también similitud con el plan articulado para el ajusticiamiento de Trujillo, sólo que Vladimir Patrino no tenía que ver el cadáver del dictador, sino garantizar colocarlo en un avión con rumbo hacia Cuba, a diferencia del mayor general José René Román Fernández, secretario de las Fuerzas Armadas de Trujillo. Similar en ambos casos es que a la hora de la hora no honraron el compromiso.
Lo que queda después de que se frustra una acción que busca el fin de una dictadura es que sobrevive con mejor salud, como ocurrió en nuestro país con el estruendoso fracaso de la expedición del 14 de junio de 1959, por Constanza, Maimón y Estero Hondo, pero eso es sólo en apariencias. Hoy nadie tiene dudas en Venezuela de que en los cuerpos castrenses se respira un hartazgo incontenible.
La liberación de Leopoldo López, aunque por la frustración del levantamiento tuviera que poner su seguridad y la de su familia bajo resguardo en la residencia del embajador de España, es también otra muestra de que la usurpación toca su fin.
El Grupo de Lima ha exhortado a los venezolanos a perseverar en la lucha por la recuperación de la democracia, a mantener viva la esperanza de que el día de la salida de Maduro, que ojalá sea sin derramamiento de sangre, no anda lejos.
Lo propio debe ocurrir con la comunidad internacional, hay que persistir sin descanso en acompañar a los venezolanos a recuperar su libertad.