Esa vagabundería ciertamente merece condena judicial drástica para los corruptos, pero no es la causa del drama de Haití. Cuando políticos, por inexperiencia o mala fe, se alían con antidominicanos para denostar su país, mezclando verdad con mentiras, es traición a la patria. El bailarín Rodríguez se sumó al coro que ataca a República Dominicana, presionando para que aceptemos campamentos e inmigrantes ilegales. Lo que se critica al novicio legislador es esa complicidad unida a validar con su silencio vergonzoso las denuncias de falso racismo o abusos laborales inexistentes o superados.
Debemos continuar remediando el antiguo desorden del uso de obreros haitianos, pero acorde con nuestra Constitución, sentencias judiciales e interés nacional; no como quieren potencias que rehúyen sus obligaciones morales con Haití, el país más racista del mundo y peor vecino.