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Batalla Electoral 2024

Somos el continente más violento

Prevenirla y combatirla de forma efectiva constituye el gran reto que tienen por delante las autoridades para devolver el perdido sosiego a la ciudadanía, cuya seguridad hoy por hoy, como evidencian de manera coincidente todas las encuestas y sondeos,  constituye su principal motivo de justificada preocupación y su más apremiante reclamo. 

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Estadísticas que se acaban de dar a la luz pública correspondientes al año 2017 muestran que la región del mundo con mayor índice de criminalidad es la América Latina y donde mayor cantidad de homicidios tienen lugar pese a que en términos demográficos apena alberga apenas el doce por ciento de la población mundial.  De entonces para acá, no hay indicios de que esa situación haya mejorado.  Descartando guerras, somos el continente más violento.

En el ranking de mayor peligrosidad seis países del continente figuran entre los trece con mayor proporción de homicidios.  El lugar de cabecera de tan siniestra lista lo ocupa El Salvador, hogar de las temibles pandillas conocidas como Los Maras, que destacan por su extrema ferocidad.  En el país centroamericano tuvieron lugar 60 homicidios por cada cien mil habitantes.

De escolta, figura la caribeña Jamaica, con una proporción de 56.  En Venezuela  el índice de muertes por acciones criminales es de 53.7, sin tomar en cuenta los homicidios debidos a la crisis política puestos al descubierto recientemente en el contundente informe rendido por la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet.

Finalmente tenemos Honduras con una tasa de homicidios de 42.8 por cada 100 mil habitantes, con México y Colombia figurando  también en el listado entre los países más violentos.  Al menos en los dos primeros casos, una elevada proporción se atribuye o está ligada al narcotráfico.

Para el 2016, entre las cincuenta ciudades más violentas y con mayores tasas de homicidios a nivel mundial, cuarenta y tres se encontraban en América Latina.  El estudio resalta que en el lapso comprendido entre el 2000 y el 2016, dos millones y medio de latinoamericanos han muerto en forma violenta, la mayoría a causa de homicidios intencionales.

Lo más grave de todo es que los especialistas estiman que se trata de una situación crónica que no tiene trazas de mejorar, sino por el contrario de agudizarse en el tiempo.  El estimado es que para el 2030 la tasa de asesinatos en la región sea de alrededor de cuarenta por cada cien mil habitantes, varias veces superior al promedio mundial.

Al traer a punto de actualidad estas cifras que demuestran que vivimos en el continente donde impera la mayor tasa de homicidios en el mundo, en modo alguno lo hacemos con la vana pretensión de restar importancia a  que los niveles de inseguridad en el país constituyen el principal motivo de inquietud de la población.  El hecho de que las tasas de criminalidad de otros países del continente resulten muy superiores a la que soportamos, no aligera en lo más mínimo el clima de zozobra que padecemos por el incremento de la criminalidad.  Mal de otros no reporta consuelo.

Hemos dicho otras veces y reiteramos que los índices de delincuencia en nuestro país no se pueden relación con los de otros.  Y será empeño inútil cuantos esfuerzos hagan las autoridades publicando esas estadísticas para convencer a la ciudadanía de que en términos de seguridad estamos mejor que la mayoría del resto de los países de la región.

Las comparaciones válidas corresponden a nuestra propia realidad y no en relación a otros países. Y lo cierto es que en relación con  quince o veinte años atrás, la criminalidad en el país se ha incrementado de manera notoria.  No se trata solo de que haya aumentado el índice de delincuencia, sino del tipo de actos delictivos a que estamos sometidos antes desconocidos en nuestro medio e inexistentes en el Código Penal, cada vez más violentos,  llevados a cabo cada vez con mayor temeridad, y en no pocos casos con cruel salvajismo.   La percepción de inseguridad que prevalece parte de esa cruda realidad.

Prevenirla y combatirla de forma efectiva constituye el gran reto que tienen por delante las autoridades para devolver el perdido sosiego a la ciudadanía, cuya seguridad hoy por hoy, como evidencian de manera coincidente todas las encuestas y sondeos,  constituye su principal motivo de justificada preocupación y su más apremiante reclamo. 

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