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Terremotos y conmociones sociales, parientes cercanos

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El final de Semana Santa produce una sensación de intranquilidad entre los que componen las actuales generaciones de adultos. Ese sentimiento es algo así como lo que sentían nuestros padres cada vez que se acercaba un 3 de septiembre. Sentían entonces la angustia de que podría tener lugar otro ciclón como el de San Zenón en 1930 que destruyó aquella aldea que era la ciudad de Santo Domingo. Los que en 2011 rondan o superan las seis décadas recuerdan como si fuera ahora el 24 abril de 1965 cuando pareció que el mundo se acababa. Un levantamiento cívico-militar derrocó al gobierno golpista, salvado de una derrota total por otra invasión militar de Estados Unidos. Los que pasan de 40 años no olvidan como en 1984, otro 24 abril, el gobierno de Salvador Jorge Blanco ordenó a las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional disparar a matar como forma de defender las exigencias de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Todavía no se tiene la cuenta exacta de cuántos centenares de dominicanos indefensos fueron asesinados entonces cumpliendo órdenes del Poder Ejecutivo.

Tanto la poblada de 1965 como la de 1984 provocan por estos días recuerdos ominosos, más aún en tiempos como los actuales cuando la política y los políticos han degenerado hasta extremos nunca imaginados. Si pudieran medirse con exactitud las condiciones sociales y económicas que soporta el pueblo en 2011, debíamos preocuparnos porque una conmoción social podría estar acercándose a nuestra puerta. La corrupción evidenciada entre los funcionarios del gobierno del doctor Leonel Fernández hace lucir los saqueos de Donald Reid Cabral en 1965 y los de Salvador Jorge Blanco en 1984 como travesuras de niños de teta robando centavos para comprar caramelos. Los endeudamientos, de ahora nos han convencido de que nunca podremos pagar lo que los funcionarios se han apropiado del erario para su beneficio personal. Esa es y será nuestra deuda eterna. Dada la Justicia “pret a porter” que predomina aquí y ahora, nunca serán condenados estos malhechores como lo fue el vacilante Jorge Blanco. Las ya habituales y cotidianas ejecuciones sumarias de la Policía Nacional hacen pensar que en caso de alguna protesta social de envergadura, siempre aparecerá el ejecutivo dispuesto a ordenar, a los experimentados agentes, el disparo a matar como forma de preservar su gobernabilidad y su enriquecimiento súbito.

En nuestro planeta se dan constantemente fricciones y choques de las placas que conforman la corteza terrestre. Las conmociones sociales son sumamente parecidas a los terremotos. En la sociedad humana, los intereses y propósitos de gobernantes y de gobernados se mantienen opuestos, tratando de imponer o de atenuar las fuerzas que perpetúan la ignorancia y el hambre. Este equilibrio inestable se mantendrá hasta que las fuerzas del sector dominado alcancen el nivel que les permita imponer cambios al grupo dominante. Es entonces cuando toda la energía potencial, acumulada durante años de sumisión e impotencia, convierte al roce en ruptura súbita y todo el equilibrio aparente se deshace.

El origen de las conmociones sociales, como el de los terremotos, se encuentra en la acumulación de energía que no ha podido expresarse hasta ese momento. La inestabilidad en la forma de vida de los gobernados, humillados por el descaro con que los gobernantes ostentan los cuerpos del delito, llega al punto extremo que no encuentra otra salida como no sea expresarse de manera desafiante. Es el momento en que pierden todos los miedos acumulados y cierran los ojos. Así, dejan de mirar hacia atrás para no ver lo ya sufrido y hacia adelante, embisten como toro enfurecido sin tomar en cuenta a quien golpean. Cuando ese punto llega, como los impredecibles aunque inevitables terremotos, es mejor no estar en la mitad del camino. El ciclo social, conformado por múltiples agravios, al igual que el ciclo sísmico, acumula energías que más tarde se liberan de manera súbita y extremadamente violentas. Evitar la conmoción social es tan difícil como impedir el movimiento brusco e imprevisto de la corteza terrestre. Erradicar los terremotos y las pobladas es una tarea imposible. Por eso es preferible no apretar demasiado la tuerca, porque se puede correr la rosca.

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