Artículo publicado en The Washington Post
Puerto Príncipe, Haití — Jean Baptiste había visto cómo Haití se sumía en el caos mientras violentas bandas armadas merodeaban la capital sin control, obligando a 130,000 personas a abandonar sus hogares con una campaña brutal de secuestros, violaciones y asesinatos.
Pero cuando los bandidos dispararon y desmembraron a un pariente el mes pasado, dijo, decidió que ya había tenido suficiente. Basta de esperar a que el gobierno haitiano, una camarilla débil y despreciada de funcionarios no elegidos, restablezca el orden. Ya basta de contar con una debilitada fuerza policial para hacer retroceder a las pandillas. Suficiente sufrimiento mientras el mundo, en su mayoría, miraba hacia otro lado.
Como lo vieron Jean Baptiste y más de una docena de personas en su vecindario, dijo, había llegado el momento de tomar el asunto en sus propias manos. Armados con machetes, trabajan por turnos, patrullan Turgeau y defienden el barrio de Port-au-Prince de los pandilleros.
Jean Baptiste Estima que los vigilantes del vecindario han matado a 27 en las últimas dos semanas.“Nuestras llamadas a las autoridades cayeron en oídos sordos. No nos escuchan”, dijo Jean Baptiste, un jardinero, a quien The Washington Post identifica sólo por su primer nombre por motivos de seguridad. “Debemos organizarnos para sobrevivir”… “Si la población no se pone de pie, más civiles morirán”.
The Washington Post no pudo verificar las afirmaciones de Jean Baptiste. Pero el primer ministro haitiano Ariel Henry, la policía haitiana, funcionarios de EE.UU. y la ONU han reconocido el fenómeno: En ausencia de seguridad, los haitianos se están armando con piedras y machetes, y se unen para luchar contra las pandillas que han convertido sus vidas, de acuerdo a lo que el jefe de los Derechos Humanos de la ONU llamó en febrero, una «pesadilla viviente».
En un incidente el mes pasado, una turba sacó de la custodia policial a más de una docena de presuntos pandilleros durante una parada de tráfico en Port-au-Prince, les colgó neumáticos empapados de gasolina alrededor del cuello y los golpearon y quemaron hasta matarlos, dijo la policía. Se han producido ataques similares en otras partes de la capital y en todo el país.
En varios vecindarios, los civiles han erigido barricadas y puntos de control para detener a los conductores e interrogarlos sobre el propósito de su viaje y el destino previsto, y luego transmitir esa información a los puntos de control más adelante.
El movimiento “Bwa Kale” (en criollo haitiano “madera pelada”) refleja la frustración por la inseguridad en un país que se describe cada vez más como un estado fallido.
Más de 230 personas han muerto en ataques de turbas y linchamientos este año, dijo Naciones Unidas, 164 de ellos solo en abril.
Los defensores de los derechos dicen que Haití no necesita más asesinatos. Advierten que los vigilantes podrían estar apuntando a personas que no son pandilleros, ya sea en casos de identidad equivocada o para saldar cuentas no relacionadas; profundizando aún más la crisis de seguridad de la nación caribeña.
“Estamos preocupados por la situación actual”, dijo el abogado Samuel Madistin, presidente de Fondasyon Je Klere, un grupo de derechos humanos. “La operación Bwa Kale no es una solución a la violencia de las pandillas. Necesitamos un refuerzo de las instituciones del Estado encargadas del orden”.
En Haití, el coronavirus y un hombre llamado “Barbacoa” ponen a prueba el estado de derecho.
Henry, quien es profundamente impopular, ha instado a la gente a “calmarse” y denunciar a la policía a los presuntos pandilleros en sus comunidades.
“Entendemos que estés harto”, dijo en un discurso este mes, “pero no dejes que los malos actores te dejen jugar sucio. (…) El gobierno está trabajando con socios locales e internacionales para establecer la seguridad en el país. Esto es lo que va a ocurrir. No retrocederemos ante los bandidos”.
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