La tuitósfera es otro universo. Los añépidos y cacoerrolas y similares homínidos menores se disgustan por simples opiniones y algunos reaccionan insultando o baboseando. Si el tuit áspero o el juicio errado recaen sobre otro, el morbo los hace tolerantes. Lo propio pica. Lo ajeno causa gozo insano.
En Londres, donde inventaron la caballerosidad sin imaginar siquiera redes sociales, dicen que un “gentleman” jamás usa perfume, no levanta la voz ni para mandar a sus perros o caballos y su nombre se publica sólo tres veces: al nacer, casarse y morir (los últimos dos sólo si casa y muere bien…).
La cuestión es que ser periodista y tuitear es tremenda canana. Mi papá sufrió cuando decidí estudiar derecho y luego comencé el periodismo hace 45 años. Me apena que causé tan gran decepción con profesión desdeñada y desafortunado oficio. Quizás este me escogió a mí; aunque intento zafarme siempre quedo enredado.
En fin, los caballeros y demás gente honorable no requieren aclaraciones. Para los troles, basta bloquearlos. Quien no te la da no te quita tu honra. Batir mucho da suspiritos o suflé: ambos llenos de aire… El otro dicho sobre batir no es caballeroso.
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