En este mundo el hombre, se ha olvidado de Dios, vive y lucha para defender y preservar sus intereses, utilizando todos los instrumentos a su alcance y ahogado por el egoísmo trata de olvidar las necesidades de los demás seres humanos que le rodean, desconociendo el verdadero significado del amor al prójimo.
Esa es una realidad que estamos viviendo, no solo en este tiempo, sino desde que el mundo fue creado, cuando Adán y Eva, procrearon a Caín y Abel y por envidia el primero mató al segundo, originando el primer asesinato de la historia de la humanidad, y convirtiéndose Caín en el primer fratricida, siendo rechazado por Dios. La Biblia dice: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús”, Romanos 6:23.
La situación es diferente cuando el hombre conoce el amor de Dios hacia el hombre, quien fue creado a su imagen y semejanza, y disfruta a plenitud de la salvación a través de su Hijo amado Jesucristo, quien vino a este mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido.
La Biblia dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”, Juan 3:16. Cuando permitimos que Jesucristo entre a nuestra vida, comenzamos a disfrutar del inmenso e inseparable amor de Dios y nos gozamos en hacer su santa y bendita voluntad.
Y desde entonces, contamos con la protección divina, y nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, peligro, espada?” “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 8:35,37-39.
El amor de Dios es importante y grande, no podemos entender ni apreciar el amor de Dios en nuestro estado caído hasta que conozcamos algunas otras cosas sobre Dios y sobre nosotros mismos. Estas cosas deben necesariamente estar en una secuencia similar a la siguiente, nuestra creación a imagen de Dios; segundo, nuestro pecado; tercero la revelación de la ira de Dios contra nosotros por causa de nuestro pecado cuarto, la redención. Si no mantenemos esta secuencia firme en nuestra mente no podremos apreciar el amor de Dios y mucho menos maravillarnos de él; como debiéramos.
Por el contrario, nos parecerá lo más razonable que Dios debió amarnos. «Después de todo, somos encantadores», pensamos. Sin embargo cuando nos contemplamos, en abierta violación de la justa ley de Dios y bajo la ira de Dios, entonces, el saber que Dios nos ama resulta asombroso. Pablo resalta este hecho cuando escribe: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8.
Esto nos conduce a otro motivo por el cual no hemos podido considerar el amor de Dios previamente. El amor de Dios sólo se ve en toda su plenitud en la cruz de Jesucristo. Las muestras del amor de Dios en la creación y la providencia son algo ambiguas. Hay terremotos tanto como hermosos atardeceres, cáncer y otras enfermedades además de salud. Sólo en la cruz Dios nos muestra su amor sin ambigüedades.
Es por esta razón que es difícil encontrar un versículo en el Nuevo Testamento que nos hable del amor de Dios sin hablar en el mismo versículo o en el contexto inmediato sobre la dádiva de Dios de su Hijo en el Calvario. Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna». Gálatas 2:20, «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». 1 Juan 4:10, «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados». Apocalipsis 1:5, «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre».
Todos estos versículos que hemos citado mantienen unidos el amor de Dios y la cruz de Cristo. Y además, se encuentran entre los versículos más importantes sobre ambos temas.
Únicamente después de que hayamos podido apreciar el significado de la cruz podremos apreciar el amor detrás de ella. Al entender esta verdad, Agustín llamó a la cruz «el púlpito» desde donde Cristo predicaba el amor de Dios al mundo.
Cuando decimos que podemos apreciar el amor de Dios en toda su plenitud únicamente después de haber comprendido las doctrinas de la creación, el pecado, la ira y la redención o sea, sólo cuando nos paramos del lado de la Pascua frente a la cruz debemos ser cuidadosos. Porque el amor de Dios no se origina allí sino que es anterior y mayor a todos estos temas subsidiarios. Si no podemos entender esto, corremos el riesgo de creer que Dios sintió ira hacia nosotros pero que ahora, después de que Cristo murió, su ira se ha transformado en amor. Esto es un error, y está distorsionando el significado de la cruz.
El amor de Dios siempre estuvo detrás de todo: detrás de la creación, detrás de la muerte de Cristo, y (si bien es difícil de comprenderlo) detrás de su ira contra el pecado. ¿Cómo puede Dios amarnos antes y en mayor medida que su ira hacia nosotros y sin embargo todavía permanecer encendida su ira hacia nosotros? Agustín dijo que Dios nos odiaba «en la medida que no somos lo que él nos hizo», mientras que, de todos modos, amaba lo que había hecho y que volvería a hacer de nosotros.
Somos reconciliados con Dios, no porque la muerte de Cristo haya cambiado la actitud de Dios hacia nosotros, sino porque el amor de Dios envió a Cristo para que abriera el camino, quitando del medio, y para siempre, al pecado que obstruía la realización de su amor.
Dios bendiga a todos mis amigos lectores.