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Un fin previsto e inevitable

La muerte de John Percival Matos por parte de los agentes de la Policía Nacional ha provocado los más diversos comentarios y conjeturas, tanto en los medios tradicionales de prensa como en las siempre inquietas redes sociales.

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La muerte de John Percival Matos por parte de los agentes de la Policía Nacional ha provocado los más diversos comentarios y conjeturas, tanto en los medios tradicionales de prensa como en las siempre inquietas redes sociales.

Hay quienes cuestionan la rápida ubicación del lugar donde se encontraba Percival Matos, después de haber eludido la persecución policial durante varios meses, reprochando a las autoridades no haber puesto entonces el necesario empeño en apresarlo.

Otros, a partir de este razonamiento, aventuran la opinión de que ese desinterés del cuerpo uniformado se debió a que el joven ex militar disfrutaba de la complicidad de algunos elementos dentro del mismo, los cuales le facilitaban la información necesaria para que pudiera evadir toda posibilidad de ser apresado.

Y no son pocos los que critican el hecho de que haya tenido que intervenir el propio Presidente de la República para exigir a los jefes militares y policiales que pusieran el máximo empeño y desplegaran todos sus medios para dar con el paradero del fugitivo y los miembros de su banda.

No faltan, por otra parte, aquellos más que concluyen asegurando que Percival Matos actuaba por cuenta y bajo la cubierta protectora de uno o mas personajes de gran poder e influencia política.

Su mismo progenitor, el ex general Rafael Percival Peña, parece compartir esta opinión, llamando la atención sobre el hecho de que su hijo llevara a cabo las espectaculares fechorías de que fue protagonista, mostrando su rostro y sin usar capuchas y deja deslizar la sospecha de que su muerte fue fruto de una ejecución para que no se supiera “quien estaba arriba” y afirmando que no fue muerto por orden de militares sino de un político.

Mucho más difícil por no decir imposible de acoger su versión de que al protagonizar estos hechos, cometidos con extrema violencia y que

califican como criminales aquí y en cualquier país y bajo cualquier escenario, pretendía enviar un mensaje de protesta y alerta al país, mucho menos cuando se provocan víctimas inocentes y fatales como el seguridad en el caso de Bellavista Mall y los otros dos seriamente heridos en la que fue su última fechoría.

Sepultarlo como “un héroe nacional”, como llevaron a cabo algunas mentes desquiciadas que evidencian una penosa orfandad de principios y valores, equivale a una afrenta a la memoria de las grandes figuras, hombres y mujeres, que forjaron la patria dominicana y dejaron como legado el ejemplo de una conducta cívica, norma de vida que a todas luces no siguió John Percival Matos.

Siempre es penoso perder un hijo, sin importar las circunstancias ni las culpas que pueda haber acumulado. Pero, también lo es y en mayor medida, el dejar una viuda y varios hijos en la orfandad. Tal el caso del humilde agente de seguridad a quien segó la vida su hijo, en cuyo humilde velorio que se sepa, seguramente en una capilla mucho más modesta que la costosa y prestigiosa funeraria donde se celebró el velatorio de su matador, no parece que haya estado presente la representación de la flamante e ideologizada Comisión de Derechos Humanos, siempre tan parcial y parcializada.

Al margen de todas estas versiones y circunstancias que por lo general se producen cuando median circunstancias parecidas a las del presente caso, hay realidades irrefutables que nos lo presentan no precisamente con un revolucionario idealista, sino como un ser humano con graves trastornos de personalidad, que torció el rumbo de su vida y se entregó de lleno a la comisión de hechos criminales y en modo alguno patrióticos, como absurdamente algunos alegan.

John Percival Matos encabezó el atraco al camión de seguridad de valores en Bellavista Mall, cometido con violencia criminal que a más del millonario botín del que se apoderó dejó un trágico balance de muerte.

John Percival Matos dirigió igualmente el atraco al camión de seguridad de valores en el centro del Banco Popular Dominicano en Plaza Lamas, utilizando bombas lacrimógenas y haciendo numerosos disparos con armas de gran calibre hiriendo a los dos agentes de seguridad, también padres de familia, cargando igualmente con otro sustancioso botín en pesos y dólares.

La forma en que John Percival Matos llevó a cabo estas dos acciones criminales constituyó un serio desafío para cualquier gobierno, puso en jaque a las autoridades y lo convirtió por las circunstancias de extrema audacia en que se llevó a cabo en el enemigo público número 1. Tal ocurrió, por citar solo un caso como ejemplo, entre muchos similares, con John Dillinger en el caso de la nación más poderosa del mundo que lanzó tras el toda la fuerza del FBI, más por el desafío a la autoridad que representaron sus múltiples atracos a bancos realizados a cara descubierta que por el mismo botín obtenido de los mismos.

John Percival Matos, a quien se le dieron garantías reiteradas de presentación, nunca se iba a entregar ni a dejarse atrapar. Su vida estuvo marcada por la violencia criminal y terminó víctima de la que había practicado a lo largo de su vida. Cuales hayan sido las circunstancias, su fin era por tanto previsto e inevitable.

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