Con el crecimiento pronunciado de la llamada comunidad hispana en Estados Unidos, así como el papel clave que esta está jugando en las decisiones electorales en un número creciente de Estados, muchos comenzaron a decir que “algún día” un hispano o latino podía llegar a ser presidente de Estados Unidos. Una afirmación de este tipo era impensable apenas dos décadas atrás. Y como los hispanos votan en las elecciones presidenciales mayoritariamente a favor de los candidatos del Partido Demócrata también se pensó que ese presidente latino sería postulado por dicho partido.
Las cosas parecen ir más rápido y muy distinto de lo pensado. En la campaña por la nominación presidencial del Partido Republicano hay tres candidatos que parecen haber dejado atrás al resto de la larga lista de aspirantes. Ellos son: Donald Trump, Ted Cruz y Marco Rubio. Las elecciones en el Estado de Iowa a principios de esta semana trajo muy malas noticias para Trump, no tanto porque, contrario a toda predicción, perdió de Cruz y prácticamente empató con Rubio, sino porque en esa competencia se puso de manifiesto de una manera mucho más palpable las limitaciones de su discurso político, el patetismo de su figura y las deficiencias de su maquinaria electoral. A la hora de la verdad sus seguidores no aparecieron en los números que se esperaba, aun cuando hubo un récord histórico de participantes en el proceso eleccionario del Partido Republicano en ese Estado.
Es muy temprano para hacer predicciones, pero no está fuera de lugar decir que es muy probable que a Trump se le acabe la gasolina y que en la medida en que avance el proceso eleccionario él irá recibiendo decepcionantes noticias en las lujosas suites en las que estará esperando cada noche de primarias los resultados electorales. Su excentricismo insustancial, sus frases cohetes, su retórica auto-referencial y su falta de un discurso coherente harán casi seguro desmoronar las aspiraciones de este personaje que encabezó cómodamente las encuestas en prácticamente todos los Estados durante muchos meses.
Si ese es el derrotero que toma la competencia electoral en el Partido Republicano como piensa este articulista que sucederá, la dinámica se enfocará en dos aspirantes latinos: Cruz y Rubio. El primero es hijo de padre cubano de ascendencia canaria y madre blanca americana –hay un cierto paralelismo con Barack Obama cuyo padre era extranjero, aunque africano negro, y su madre blanca americana-, mientras que Rubio es hijo de dos inmigrantes cubanos que llegaron al sur de la Florida varios años antes de la revolución cubana sin hablar inglés, sin fortuna económica y sin conexiones políticas o sociales. Que Rubio haya llegado a ser senador del gran Estado de la Florida y que hoy día esté compitiendo por la nominación presidencial del Partido Republicano es testimonio de su inteligencia y de las oportunidades que da la sociedad estadounidense. Lo mismo podría decirse de Cruz, aunque este tuvo mejores oportunidades: se graduó de Princeton y de la Escuela de Leyes de la Harvard, dos de las mejores universidades del mundo.
Ambos son extremadamente conversadores, pero Cruz ha sustentado sus aspiraciones principalmente en las llamadas bases “evangélicas”, las cuales son muy activas en las primarias republicanas en algunos Estados como Iowa, pero que no alcanzan para construir una mayoría triunfante. Cruz conscientemente se aferró a esa base electoral y ahora enfrentará algunos problemas serios para salir de ese encasillamiento y poder interpelar a otros sectores de la diversa coalición republicana. Esto le abre una oportunidad de oro a Marco Rubio, quien sin dejar de ser conservador ha mantenido un discurso político menos religioso que podría ser más atractivo a sectores diversos del Partido Republicano al estilo Ronald Reagan, aunque en épocas distintas con desafíos también distintos. Por supuesto, está por verse si Rubio tiene lo que se necesita para andar el largo recorrido que le espera, pero sus palabras la noche de las elecciones en Iowa mostraron a un aspirante presidencial seguro de sí mismo, con un discurso conservador bien articulado y con un establishment republicano deseoso de encontrar a alguien que reemplace al inefable Donald Trump y al cuasi pastor Ted Cruz. Esa figura estaba supuesta a ser Jeb Bush, pero este ha sido hasta ahora un verdadero fracaso como aspirante presidencial.
Una eventual candidatura presidencial de Marco Rubio por el Partido Republicano es muy mala noticia para Hillary Clinton, quien todavía sigue siendo favorita para ganar las elecciones del Partido Demócrata. A Hillary le iría bien contra Trump y Cruz –ambos tienen serios problemas para ganar unas elecciones nacionales-, pero no así contra Rubio, quien podría emerger como un conservador más atractivo a los independientes que son los que en último término deciden las elecciones. De por sí la candidatura de Hillary está mostrando serias dificultades ante la insurgencia política de Bernie Sanders, quien ha cautivado a los jóvenes con su discurso de corte socialista y quien ya parece tener los recursos y la maquinaria electoral para recorrer todo el trayecto en competencia con Hillary.
Rubio se podría beneficiar del deseo de cambio que históricamente se ha producido luego de ocho años de un partido en el poder. Si George Bush padre ganó las elecciones en 1988 después de ocho años de Reagan se debió a las debilidades del candidato demócrata (Michael Dukakis) y no a la falta de deseo de cambio. Pocas veces un mismo partido logra tres períodos consecutivos. Hillary también estaría afectada por ese sentimiento que se ha apoderado de un gran parte del electorado de que ella no es de confiar, más la fatiga que produce el lastre de los Clinton en el poder. La gran ventaja de ella sería su experiencia para liderar a Estados Unidos en una época de grandes desafíos en materia de seguridad ante un Rubio sin ninguna experiencia ejecutiva, con cara de joven colegial y poco que mostrar ante el fuerte curriculum político de Hillary Clinton. En cualquier caso, es todavía muy temprano para hacer proyecciones y apuestas, pero los sorpresivos resultados de Iowa han apuntado hacia un posible cambio de dinámica que no se previó ni siquiera una semana atrás.
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