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Una profesión asaltada, mucha gente callada

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Al periodismo dominicano lo han llevado a tal nivel de des-configuración que para uno llamarse profesional en el área basta con tener dinero, blanqueado o no, arrendar un espacio televisual o radiofónico o engañarse en un medio impreso, colocar sobre una mesita un florero desteñido, vestirse con el adorno de una corbata fuera de temporada y comenzar a gritar como un loco a quien se niegue a pagar el silencio: ¡Coño, maricón, ladrón, basura…!

Por los cuatro costados del país es lo mismo: calumnias, calumnias, bolas de humo, rumores, chismes… Todo a nombre de la sacrosanta libertad de prensa y expresión del pensamiento

Los medios han sido asaltados por personas a quienes les importa un bledo esta profesión de compromiso tan delicada.

Enganchados o no, un hilo común los une: simuladores, aduladores pagados, perversos y corruptos. Son excelentes vividores, cuervos construidos por los gobiernos, los políticos, los empresarios, medios de comunicación, universidades que los payolean,  ONG, los llamados independientes. Y es incuestionable el posicionamiento que han logrado a base de sandeces y chantajes.

Hace muchos años que he denunciado esto, con todas las implicaciones negativas que conlleva mi atrevimiento.

Nadie puede quejarse ahora del monstruo engendrado del que les saca los ojos. Ni siquiera el Colegio de Periodistas. Porque, después de todo, no basta quejarse si todos son culpables por comisión u omisión de tanta falta de ética en el manejo de la información.

Los medios están plagados de venduteros. Son peores que los ruidosos colmadones y las guagüitas anunciadoras que, inoportunas, truenan en los barrios y residenciales.

El asunto es tan grave que ya los públicos que siguen los medios de comunicación entienden que la única manera de decir las cosas es con la estridencia, el insulto, la intolerancia, la difamación, la violencia… Ya todo el que apele a la palabra sosegada, es un cobarde, un adocenado, un vendido.

En el estado actual de la cuestión urge una posición voluntaria pero drástica de todos los empresarios de medios que sientan respeto por la sociedad. Deberían comenzar por depurar los personajes que tienen en sus espacios y filtrar los nuevos arrendamientos. ¿Quién les ha dicho que la calidad no vende? ¿Qué moral tendrían para denunciar el gran desorden social, si son patrocinadores de él?

Por el momento, me importa poco si los actores mediáticos referidos son titulados o no, pues muchos académicos se han motado también en el mismo carrito. Me importa, durante esta coyuntura de emergencia, que amemos la profesión, que la cultivemos, que asumamos el compromiso de construir una mejor sociedad, que seamos honestos, transparentes… que no usemos los medios como daga envenenada en contra de terceros para lograr nuestros objetivos particulares.

 

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