Cuando pocos se atrevieron a la crítica y los “motivados” exhibían un derroche de loas mediáticas, advertí que la propaganda gubernamental me parecía desbocada, anárquica, irracional y dispersa; por tanto, poco efectiva y muy costosa. Las veces que lo escribí, había tiempo para cambiar de rumbo aquel descarrilamiento sin rigor científico; pero en el Gobierno anterior abundaban los genios, los sordos, los arrogantes y los envanecidos que veían sombra en sus dolientes reales y amigos en los fariseos.
Ahora insinúa lo mismo el “One” de la Dirección de Comunicación de Palacio (DICOM) y “exspeaker” efímero de Leonel Fernández, Roberto Rodríguez Marchena.
Pero su destape en el televisual El Despertador (nota en Acento), aunque preñado de verdades, luce impertinente en la actual coyuntura de cuestionamientos de la oposición a la transparencia en el manejo del dinero público durante la gestión que ha sustituido Danilo Medina. Plantearía una confrontación en dos frentes peligrosos:
Abriría, primero, un boquete en las relaciones con el leonelismo, ya con escozor por entender que el equipo actual ha sido ingrato y tibio en solidaridad ante los ataques despiadados de la oposición al expresidente de la República y líder del gobernante Partido de la Liberación Dominicana…
Y, como si fuera poco, tal declaración sería asumida como item por los adversarios como de las ardientes protestas de estos días.
Para un aprendiz de comunicación como yo, es difícil entender, fuera de una decisión política, cómo un hombre inteligente y diplomático cae en un descarrilamiento discursivo de tal grado.
Según él, se limitará la publicidad estatal a lo necesario, siempre que sea información útil, porque “el Gobierno no hace propaganda, sino comunicación”. Cuando se trabaja bien, y la ciudadanía observa el trabajo de un equipo de gobierno y de su presidente –argumenta–, no es necesaria la propaganda ni mucho menos la promoción personal de un funcionario.
Veo aquí una mezcla horrible: denuncia de dispendio y uso personal de recursos del tesoro público con demonización de la propaganda y el consiguiente endiosamiento de la comunicación.
En lo primero tiene razones de sobra; aquello era una avalancha de tiros al aire, una apuesta llena de incertidumbres. En lo segundo yerra al entender la propaganda a lo Paul Joseph Goebbels: miente, miente, que algo queda. No concibo un gobierno sin propaganda, y menos si trabaja mucho. No creo que el discurso político pueda desprenderse de ella.
Marchena considera que Medina habla poco porque habla con hechos; y yo considero que esa es razón suficiente para apelar a ella. Si la ciudadanía no se entera bien del trabajo del Gobierno, no lo valorará. Y eso implica dinero y designación de profesionales de la comunicación en todo el país; no de enllaves de políticos que no solo son ágrafos en la materia, sino enemigos jurados del Gobierno. Ya hay ejemplos en ciertos lugares del Cibao que huelen a repetición.
Ha explicado también que la eliminación de la Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidente y del Centro de Información Gubernamental, igual que las revistas y boletines de lujo de las dependencias del Estado, obedeció al manejo austero de los recursos del Estado demostrado por el Presidente Medina. Refiere que la mayoría de las revistas servían para exhibir las fotografías de los funcionarios en franca promoción personal y no institucional.
Cierto. Con tanta dispersión salía “más cara la sal que el chivo”. Lo aconsejable sería un ministerio de Comunicación, donde, ejemplo, impere la racionalidad y no se edite una revista solo por favorecer a alguien. Pero tantos detalles quizás eran innecesarios en la coyuntura. Cualquier tonto podría inferir que, ciertamente –como dice la oposición–, los fondos públicos eran objeto de piñata en el gobierno anterior y que los funcionarios usaban los recursos para figurear y fabricarse imagen. Sin mucho esfuerzo también podría preguntarse, entonces, el por qué muchos de ellos permanecen en los ministerios.
Creo que Danilo Medina va muy bien, y que Rodríguez Marchena quiere lo mejor para él. Más, pienso que la recién fundada DICOM debe de sentarse a evaluar el camino recorrido, comenzando con la comunicación interna por cuanto si ésta anda mal, nada bueno se puede esperar de afuera.
El que el “One” de la comunicación palaciega se mostrara dubitativo cuando los entrevistadores del programa le preguntaron cuándo hablaría al país el Presidente, y minutos después estuviera anunciando el discurso para el martes a las nueve en la noche, es indicio de ruido comunicacional; igual que fue ruido molestoso cuando al comenzar el gobierno negó de manera formal que el Presidente rechazara la colocación de fotos suyas en las oficinas públicas, pese a que en ese momento la población aplaudía delirantemente al mandatario porque asumía correcto el supuesto cambio de estilo, sin idolatría.
Cuando vemos una cucaracha en un lugar, casi siempre hay decenas ocultas, como bien refleja un anuncio de un insecticida. A sentarse pues, para corregir temprano lo que está mal y a no ver enemigos donde hay amigos, para que no les suceda lo mismo que a los otros.
Piedras para alante
Si algo me quedó claro con el discurso del Presidente Danilo Medina, la noche de este martes 27 de noviembre, es su firme convicción de que en los primeros cien días ha hecho mucho y, en alusión al reclamo de la oposición para que enjuicie a Leonel Fernández, que no está dispuesto “a tirar piedras para atrás” sino trabajar sin descanso por el bien del país, para lo cual ha pedido una vez más un chance.
Perfecto. Como político pragmático de larga data, sabe que cuatro años es nada para los proyectos sociales que tiene en carpeta. Habría sopesado, por tanto, las implicaciones negativas que tendría para sus propósitos una erosión temprana de las relaciones con su primer aliado en el proceso electoral y presidente del partido gobernante.
Las gestiones de Fernández las juzgará, si no la justicia, la historia. Y tiempo suficiente habrá para que, sin pasiones, podamos sopesar sus méritos y desatinos, corrupción incluida.
Doy un voto de confianza, entretanto, al Presidente. Sólo así tendré moral al final para criticarle si no continúa lo que está bien, si no corrige lo que está mal y si no hace lo que nunca se ha hecho.
De nada sirve que hagamos naufragar el barco para luego, como nueva versión de la gatita de María Ramos, echar la culpa al capitán.
De punta a punta, en la frontera
La visita del Presidente a Montecristi, en la punta de la frontera norte, y a Pedernales, en la otra esquina, es una señal clara de cambio de rumbo en la dinámica palaciega tradicional que considera al país como la capital y dos o tres ciudades grandes.
La provincia Pedernales, por ejemplo, ha sido la cenicienta de los gobiernos. Ella ha dado mucho más al Estado que éste a ella. La explotación de sus minas de bauxita y caliza solo ha servido durante décadas para enriquecer empresas y gobiernos. Y ya algunos mañosos han avanzado con planes macabros para hacer lo mismo con el turismo.
Da vergüenza, pena y rabia a la vez la carretera entre Barahona y Pedernales. Lo mismo que el desempleo, la educación técnica y superior, la salud, la producción…
No hay que ser científico para darse cuenta de que el desarrollo del país es imposible con un Sur tan pobre y fuera de la agenda del Gobierno.
El Presidente Medina me tendrá de cabeza a su lado mientras siga ahí. Porque tengo la esperanza de que reivindique al expresidente Fernández, convirtiendo a mi pueblito en una “tacita de oro”. No es un sueño, es una tarea fácil en un territorio rico en recursos naturales y donde sólo habitan 25 mil personas. ¡Manos a su obra!
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