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27 Abril 2024

Vidas que pueden y deben salvarse

 De esperar que no se baje la guardia ni se ceda en el empeñoso y necesario esfuerzo. Para que no tengamos que sentir de nuevo el angustioso bochorno y la imperdonable culpa de muertes que pudieron y debieron prevenirse si cada actor comprometido en la noble misión de evitarlas cumple con su deber haciendo gala de responsabilidad y humanismo.

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La comparación no puede ser penosa y dolorosa: de acuerdo al representante del Banco Mundial, Alejandro Legrottaglie, los porcentajes de mortalidad infantil en República Dominicana son similares a los que se registran en los países del continente africano en el área subsahariana, una de las  regiones de más alto grado de pobreza y atraso del planeta.

Tratándose de un servicio social considerado como básico es una situación de tanto mayor contraste, tal como advierte el funcionario extranjero, si tomamos en cuenta que nuestro país figura en el rango de los que poseen un nivel de ingreso medio alto.

No hay que llevar a cabo un desplazamiento geográfico tan marcado como el que nos traslade al lejano Continente Negro.  Sin salir de nuestro entorno regional  la tasa de mortalidad en nuestro país  de infantes y niños menores de cinco años es la tercera más elevada del continente, sólo por debajo de Haití y Bolivia. En tanto más que duplica la de los países de ingreso mediano alto, en cuya categoría nos tiene ranqueados el Banco Mundial.

Legrottaglie hace notar, además, que en términos comparativos en los últimos quince años no se ha registrado mejoría apreciable en la reducción del elevado promedio de mortalidad neo natal, que comprende de cero a veintinueve días de nacido.  Mientras en el año 1999 la tasa era de 24 muertes por cada mil nacidos vivos, en el 2013 el promedio solo bajó a 21.   De entonces al menos hasta el pasado año, no parece haberse registrado mejoría significativa. Por el contrario, hemos seguido siendo uno de los países de más elevada tasa de mortalidad materno infantil.

Durante todo ese tiempo en vez de medidas efectivas, lo que hemos tenido ha sido un reiterado e improductivo ejercicio recurrente de descargar responsabilidades. El Ministerio de Salud Pública inculpando a los médicos y reprochándoles la no aplicación del protocolo establecido para embarazadas, parturientas y recién nacidos, así como falta de sensibilidad, interés y seguimiento posterior al parto.  Y el Colegio Médico a su vez, en defensa de los galenos, atribuyendo la mayor cuota de responsabilidad a la falta de condiciones adecuadas en los hospitales: camas, insumos y equipos entre otras precariedades.

El costo de esta inútil querella se ha pagado en vidas humanas en todos estos años, de las cuales más del setenta por ciento se admite que pudieron ser prevenidas y evitadas.   Son vidas que no debieron perderse; que en lo adelante pueden y deben salvarse.

Ahora el director nacional del Servicio Nacional de Salud, Chanel Rosa Chuppany, datos en mano, afirma que con la ejecución del nuevo programa que se está implementando de aplicación del protocolo establecido,  a partir de este año ya se ha logrado reducir un 14 por ciento la mortalidad materna y un 31 la neonatal.  Es un anuncio alentador…pero aún falta mucho trecho por andar, muchas vidas que salvar para llegar a ese 70 por ciento.

De esperar que no se baje la guardia ni se ceda en el empeñoso y necesario esfuerzo. Para que no tengamos que sentir de nuevo el angustioso bochorno y la imperdonable culpa de muertes que pudieron y debieron prevenirse si cada actor comprometido en la noble misión de evitarlas cumple con su deber haciendo gala de responsabilidad y humanismo.

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