El área gubernamental en que menos, o quizás paradójicamente más, “cambio” hay, es la repartición del creciente pastel publicitario y contratos y decretos premiando simpatizantes del PRM. Recuerda cómo voceaban en el siglo XIX los capitaleños al desfilar integrantes de las claques oficiales tras cada cambio, “¡son los mismos!”.
El descrédito del periodismo empeora por la confusión de trepadores incapaces de distinguir entre el rol de reportero, editor o director de medios, o sea empleado de medios, cuya materia es la noticia, y la función de relacionista o asesor de prensa o imagen. Los más obcecados son quienes insertados en la farándula por radio o televisión, se hacen llamar “comunicadores” para hacer pésimo periodismo a cambio de jugosos contratos publicitarios.
Es claro que el periodismo de opinión, distinto a ofrecer contenido noticioso, permite tomar partido, idealmente motivado por conciencia y no papeletas. Afortunadamente, el público es mucho más inteligente de lo que muchos creen y conoce al cojo sentado, al tuerto durmiendo y a farandúlicos, pese a tantos bots y troles.
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