¡Eureka, soy millonario!, me dije medio en broma leyendo el texto llegado a mi dirección electrónica. Por fin me sonreía la fortuna. Estaba siendo informado de que un número de boleta cargado a mi nombre había sido el ganador de la loto española. Como si yo fuera un estúpido por demás iluso. Mi coraje era doble, porque jamás he tocado esas puertas y carezco de la más mínima idea de cómo entrar a esa lotería, ni soy muy dado tampoco a desafiar la suerte en aventuras que no sean las de lotos como la nuestra y la de Florida, a las que nunca, para desdicha mía, les pico cerca.
Naturalmente, aún en el caso extremo de exaltación no debía hacerme de momento de muchas ilusiones porque en el mismo mensaje se me prevenía de no hacer de conocimiento de terceros el anuncio, lo que me hizo sonreír y no caer en el grave error, en el que tantos incautos han caído, de responder el correo y pedir más información sobre el caso. Equivocación que hubiera sido seguida de un requerimiento de un aporte en dinero para pagar el envío físico del premio o del número de una cuenta bancaria donde transferir los fondos, como les ha sucedido a tantos otros. Posibilidad esa que me recordó las muchas veces que me llegara un pedido de auxilio del supuesto heredero de un país pobre país africano rico en petróleo, ofreciéndome una millonaria compensación a cambio de la remisión por mi parte de una hoja de papel timbrada y firmada con el número de una cuenta en el exterior, a la que sería hecha una transferencia de cientos de millones que luego serían retirados dejando una parte como pago por el servicio.
Es difícil imaginarse cómo tantos sabihondos detrás de estas jugadas engañosas se han salido con la suya, abusando de la ingenuidad y la desesperación de la gente. Lo trágico es saber que a diario decenas de dominicanos incautos caen en trampas similares. La delincuencia cibernética se adueña del internet, contra la cual hay pocas defensas.
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