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Visiones de viajeros al país de 1850-1889

Una República Dominicana rezagada a finales del siglo XIX ante el avance industrial y urbanístico de otros países del hemisferio hasta el punto que involucionaba a los ojos de los extranjeros es la que describen, entre la exploración y la aventura, Robert Hermann Schomburgk, Frederick Douglass, Rodolphe E. Garczynski y Wilhelm Sievers en la obra Santo Domingo visto por cuatro viajeros 1850-1889, recién publicada por la Academia Dominicana de la Historia.

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Una República Dominicana rezagada a finales del siglo XIX ante el avance industrial y urbanístico de otros países del hemisferio hasta el punto que involucionaba a los ojos de los extranjeros es la que describen, entre la exploración y la aventura, Robert Hermann Schomburgk, Frederick Douglass, Rodolphe E. Garczynski y Wilhelm Sievers en la obra Santo Domingo visto por cuatro viajeros 1850-1889, recién publicada por la Academia Dominicana de la Historia.

Los relatos de viajes se leyeron con avidez hasta décadas recientes, donde el turista o explorador contaba sus vivencias en zonas lejanas del llamado mundo civilizado, fascinando al lector con descripciones asombrosas de esas maravillas propias del atraso y del apego inquebrantable a creencias atávicas, categoría en la que se encontraba entonces la Isla de Santo Domingo.

Esa literatura donde solo se resalta el letargo de las regiones visitadas no es ajena al referido manual. Lo ético, en el marco de la conducta social, también suele llevar su latigazo. “La hermosa idea del sosiego y de las musas con la que tanto había soñado cuando fui destinado aquí para perseguir ocasionalmente el estudio de las ciencias, por desgracia ha sido aplastada por la realidad, y son pocos los momentos que he encontrado desde mi llegada para dedicarme a mis estudios predilectos”, dice Hermann en su carta a Humbolt desde Santo Domingo.

Garczynski advierte cierto condicionamiento ambiental a la holgazanería cuando tras afirmar que el “desarrollo artístico está en el punto más bajo posible”, descubre en el aire un sopor que empuja a la vagancia a criollos y extranjeros. A Douglass, en tanto, le sorprendía una isla con dos gobiernos diferentes y las ruinas que hablaban de un pasado superior al presente.

Sievers cierra el volumen magistralmente con un estudio sobre el viajero Richard Ludwig, conocedor de las riquezas geológicas y botánicas de la isla. Este último trabajo conserva su vigencia extraordinariamente científica.

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