Santo Domingo.- “Pensé muchas veces que me iban a asesinar, por el pasillo pasaban en un cerón los cadáveres de las personas que mataban”, así recuerda Joaquín Santana Veloz su tiempo en una de las celdas solitarias, da la cárcel La 40 durante la época trujillista. Que no eran más que una estrecha habitación de cinco pies y seis pulgadas de largo y ancho, divido por un muro de siete pies de alto que separaba el pequeño sanitario, el techo tenía una altura de nueve pies y un respiradero de tres pulgadas de ancho por seis de largo que era el único contacto que tenían los reclusos con el exterior.
Este jueves 30 de mayo se cumplirán 63 años del ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo, hecho que puso fin a este régimen dictatorial, pero las persecuciones y crueles torturas apadrinadas por el sátrapa durante tres décadas aún hostigan a los sobrevivientes de la tiranía.
La tortura física y psicológica, la represión, el miedo y el control son símbolos de la época más sangrienta de la República Dominicana en los últimos 100 años.
“Las solitarias fueron construidos como parte del sistema de tortura y por la noche iban la gente de seguridad con un foco ‘usted es fulano, usted es fulano, usted es fulana’, cerraban la puerta, era para mantener inquieta a las personas. En sosobra”, agrega Santa Veloz.
Aún décadas después, su semblante ya envejecido muestra a un hombre cuyos ojos vieron al terror de cerca.
“Recuerdo que un día me sacaron a interrogar y me dieron una pescozada tan grande que iba directamente al filo de un escritorio y uno que estaba ahí me dio una patada que me zumbó por allá y dijo uno que estaba ahí: no, todavía no tenemos orden de matarlo”, contó durante una recopilación de relatos realizados por el Archivo General de la Nación.
Pero Santana Veloz solo es una de las tantas víctimas que dejó la época de Trujillo y, al menos, una víctima que logró permanecer viva para contarlo.
Alfonsina Perozo, aunque no vio la crueldad de cerca, sabe que su padre y sus tíos sí lo hicieron, ya que luego de salir una noche de sus hogares, jamás regresaron.
Según, Alfonsina, los Hermanos Perozo murieron luego de conspirar contra la tiranía.
“Nosotros vivíamos en Santiago muy confortablemente, primero mataron a tres tíos míos, mi tío César, Baudino y Andrés Perozo, en el año 1932 a mi padre lo estaban acechando también porque conspiraban contra Trujillo, en la incipiente tiranía de Trujillo. Mi padre salió para un banquete el 28 de diciembre de 1835 y nunca supimos ni donde está enterrado, mi madre buscándolo por toda la República entera y nunca supimos ni siquiera donde están sus restos”, relató con el desconsuelo de a quien no le quedó ni una lápida para dejar una flor.
Otro que logró salir de la 40 fue Agliberto Menléndez, quien recuerda su apresamiento a principios del año 1960.
“El día 21 de enero de 1960 hubo una detención masiva de personas que estábamos, que queríamos cambio del régimen trujillista y me fueron a buscar a las tres de la mañana en tres carros Chevrolet (…), entonces nos fueron a buscar y nos llevaron a la 40, allí una verdadera experiencia, lo primero que hacían era desnudarte completamente, a todo el mundo”, explicó.
“En La Victoria, la pasé mal, pero fue otra clase de tortura. Por ejemplo, a nosotros se nos dañó toda la vista porque estábamos encueros, todos juntos. No teníamos agua potable y a todos se nos dañó la vista, se nos infectaron los ojos”, Marcos Pérez Collado, quien estuvo apresado en la cárcel de La Victoria recuerda las inclemencias que enfrentó durante su tiempo en prisión.
En celdas con espacio para albergar cuatro reclusos, encerraban siete y ocho hombres amotonados y desnudos, tan incómodos que se veían obligados a hacer turnos para agacharse.
“Yo estuve cerca de 45 días sin poder lavarme la boca, sin bañarme tanto es así que los carceleros cuando ibas y abrían la puerta iban con un pañuelo (para taparse la nariz)”, añadió Pérez Collado.
En el caso de Jesús María Tull, su relato muestra que el terror que se vivía fuera de las cárceles especiales era tan grande como el que sentían los reclusos.
“Como vivía uno el miedo, la pobreza, la miseria en la que uno padecía, tú sabes, entonces todo eso uno lo hablaba discretamente con gente más o menos que uno le tenía confianza porque a veces, en ese régimen, hasta los hijos chivateaban a los padres porque era una cuestión tan terrible que todo el mundo tenía miedo, todo el mundo tenía miedo, una cosa demasiado, demasiado rigurosa el régimen”.