Las pasiones y las posiciones extremas han secuestrado la discusión de los grandes asuntos nacionales. Temas como el aborto, la inmigración ilegal de haitianos, la preservación de los ríos y otros recursos naturales, entre otros, son hoy rehenes de la irracionalidad que impide el debate equilibrado, dificultando de este modo la búsqueda de soluciones. No es posible encontrar una salida justa a esos problemas partiendo de los extremos. Si no lo hacemos desde el centro no llegaríamos jamás a ningún lugar y el ruido de la discusión nos ensordecerá, desaprovechando tiempos que no podremos recuperar después.
La propuesta de despenalización del aborto ha surtido el efecto de una crecida de río. En medio del intenso calor que producen los que por un lado abogan por la legalización total y los que por el otro se oponen a toda forma de interrupción del embarazo, aún ante el riesgo de muerte de la madre, se ha cerrado el espacio a toda reflexión serena. Estos últimos no admiten siquiera la posibilidad del uso de preservativos como método para prevenir que surjan embarazos indeseados, con alegatos infantiles, como aquel de que con ello se concedería una licencia sexual sin límites a los adolescentes.
Apenas se pueden tocar estos temas, no importa desde que prisma se le vea o plantee, sin exponerse uno a que se le acuse de defender cualquiera de las dos posiciones extremas, precisamente lo que deberíamos rechazar, en beneficio de un debate juicioso y racional, que permita la entrada de razonamientos de índole médico-científico. Este planteamiento puede parecerle a muchos un endoso a la despenalización, lo cual confirmaría mi impresión de que el país aún no está preparado para ciertas discusiones, a pesar de cuán importantes puedan ser en la búsqueda de salidas a sus más grandes problemas. Lo mismo ocurre con la inmigración ilegal y la destrucción de los ríos.