REDACCIÓN.- Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl, Baviera, diócesis de Passau, en el seno de una familia de agricultores alemanes de profundas convicciones católicas.
Su progenitor, Joseph, desempeñaba, además, el cargo de comisario del cuerpo de policía e hizo asimismo de profesor de su hijo, la madre, María Peintner, que ejercía las tareas domésticas y cuidaba de sus otros dos hijos, Georg y María.
A los once años ingresó en el seminario, donde en 1941 fue obligado a inscribirse en las Juventudes Hitlerianas, hasta el punto que en 1943 combatió en la Segunda Guerra Mundial como integrante de una unidad antiaérea.
Después prosiguió sus estudios de filosofía y de teología en el ateneo de Munich y en la escuela superior de Freising, hasta que en junio de 1951 fue ordenado finalmente sacerdote. Los dos años siguientes los ocuparía en preparar la tesis de doctorado, un ensayo sobre San Agustín.
En 1957 inició su periplo como profesor de teología dogmática en el seminario de Freising, hasta que dos años después sería nombrado catedrático de la Universidad de Bonn (1959-1963).
Después pasó a la de Münster (1963-1966), y de 1966 a 1969 ocupó la prestigiosa cátedra de Tübingen, donde coincidió con Hans Küng, que se convertiría en el teólogo más admirado y seguido por los jóvenes curas progresistas que habían depositado su esperanza y confiado su futuro en los aires de apertura del concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII en el año 1962 y culminado por su sucesor, Pablo VI, en 1965.
Con setenta y ocho años de edad, fue elegido 265º Papa de la Iglesia católica el 19 de abril de 2005. Con el nombre de Benedicto XVI sucedía a Juan Pablo II, que había fallecido el 2 de abril, después de haber ocupado el trono de San Pedro durante veintiséis años.
Con la salud debilitada, en 2013 Benedicto XVI anunció su renuncia al papado, efectiva a partir del 28 de febrero, bajo el argumento de que «para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado».
La decisión fue considerada histórica, por datarse su más cercano precedente siete siglos atrás, y dejaba en evidencia que la institución papal ya no puede ser indefectiblemente vitalicia.
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