Cuando fui contralor general de la República (1996)

El presidente Joaquín Balaguer reconoció la independencia y firmeza del contralor durante su gestión.

Santo Domingo.– Fui Contralor General de la República desde el 5 de febrero hasta el 19 de agosto de 1996, una función que acepté a propuesta directa del Presidente de la República, Joaquín Balaguer. Aquel corto período, intenso y decisivo, dejó una huella profunda en la administración pública dominicana, y también en mi vida personal y política.

En 1999 publiqué el libro En la Contraloría, impreso por la Editora Católica Amigo del Hogar, donde recogí mis experiencias, decisiones y reflexiones de aquel tránsito institucional.

Todos los documentos oficiales de mi gestión permanecen hoy en el Archivo General de la Nación, disponibles para quien desee estudiarlos. Allí está, por escrito y con pruebas, cómo ejercimos el control interno del Estado en un momento crucial.

Contraloría y control interno en la República Dominicana 1996

En 1996, el Contralor General de la República tenía facultades amplísimas: supervisar el control interno de todas las instituciones públicas, incluyendo nada menos que el Banco Central de la República Dominicana. Nada escapaba a la mirada técnica y legal de la Contraloría. Era una responsabilidad mayor, y una prueba de carácter frente a las presiones que inevitablemente genera el manejo de fondos públicos.

Investigación del programa de reparto de estufas presidenciales

Entre las múltiples gestiones que me tocó conducir, una tuvo especial repercusión: la investigación del programa de reparto de estufas de la Presidencia de la República.

Había irregularidades claras y había que actuar. Para garantizar la objetividad y evitar interferencias, fue sometido a la justicia el hombre de mayor confianza del Presidente Balaguer. La decisión fue estrictamente institucional, técnica y necesaria.

Lo sorprendente —y revelador— fue la reacción del propio Balaguer. No intervino. No protegió a nadie. Me respetó por la firmeza y por la independencia con la que actué. Ya al final del Gobierno, con su estilo sobrio y en voz baja, me dijo una frase que nunca olvidé:

“Lamento que usted no hubiese aceptado antes un cargo público.”

Aquel reconocimiento tenía un peso enorme. Él sabía que la Contraloría no era un cargo de complacencias, sino de principios; no era para amigos del poder, sino para quienes estaban dispuestos a ejercerlo con rectitud.

    Un día, en medio de las tensiones propias del trabajo, hice un comentario que provocó en Balaguer una carcajada inolvidable. Le dije:

    “Doctor, el trabajo del Contralor consiste en quitarse de encima los pelos de los gatos… los ladrones.”

    Se rió hasta las lágrimas. Me dijo que era la descripción más gráfica y perfecta que había escuchado sobre la función del Contralor General.

    Hoy, mirando hacia atrás, sé que aquellos meses fueron una de las experiencias más intensas y honestas de mi vida pública. Gobernar con integridad —aunque sea desde la vigilancia técnica— también es un acto de servicio a la Nación.