El presidente Luis Abinader ha tomado una decisión que seguramente bajará los niveles de ruido sobre el proyecto de Fideicomiso Punta Catalina.
Ha pedido al Senado que detenga momentáneamente el conocimiento de ese proyecto ya aprobado en la Cámara de Diputados.
Sobre este aspecto tenemos una amalgama de posiciones: abordaje técnico, politización, manipulación maliciosa y ánimo de orientación.
Pero todo ha conducido a la categoría menos conveniente de la comunicación, que es el ruido.
Y aquí, vamos a decirlo claro, no ha habido un debate sistemático y organizado sobre el Fideicomiso Punta Catalina.
No lo ha propiciado el Gobierno, pero tampoco la oposición, ni el ala técnica que, con frecuencia, se tiñe de interés partidario.
El problema mayor ha estado en el origen. Hacer las cosas bien a la primera es un postulado filosófico que asegura buenos resultados.
En el caso del Fideicomiso Punta Catalina faltó gerencia, debido proceso, claridad, transparencia y consulta.
Da la impresión de que, astutamente, alguien quiso meter un ladrillo por debajo de la mesa resolviendo con un decreto, para después tener que someter el asunto al Congreso.
Y justamente lo que debió ser primero, llega ahora de manera forzada: someter el Fideicomiso a la consideración del Consejo Económico Social (CES).
En particular, creo que será difícil que salga algo concreto de esa instancia que no sea una guía telefónica.
Es una pena que la ineptitud y la tozudez suelan conjugarse para crearle un costo de imagen al presidente, quien al final es quien sale a dar el pecho, a jugárselas, a veces como un kamikaze.
Lo peor es que este tipo de procesos vuelven al presidente predecible echando para atrás todo lo que sea conflictivo y cause ruido.
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