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El monstruo que nos invadió

Rosario Espinal.

No conozco a Francina Hungría, pero sentí mucha tristeza con la noticia del asalto que le arrancó la vista. Tampoco conocía las cuatro personas asesinadas recientemente en el Evaristo Morales, e igual me entristeció la noticia. Entre conocidos y desconocidos, es larga la lista de víctimas de la delincuencia, unas con mayores consecuencias que otras.

La criminalidad es un mal eterno y generalizado en el mundo, pero eso no debe ser consuelo de nadie. El nivel de delincuencia y la magnitud de los crímenes varían de sociedad en sociedad y a través del tiempo. El problema puede enfrentarse y controlarse.

En República Dominicana, la delincuencia ha alcanzado un punto aterrador. No hay seguridad en la casa ni en la calle, de día ni de noche, a pie ni en automóvil, con guardián o sin guardián.

La percepción de inseguridad es muy alta y la gente confía poco en la Policía y el sistema judicial, según muestran las encuestas de cultura política.

No hay una sola causa de la delincuencia, pero tampoco hay cincuenta. Tres factores contribuyen significativamente a aumentar la delincuencia en cualquier sociedad: la pobreza combinada con alta desigualdad social, la ineficacia y corrupción en el sistema policial y judicial, y el boom de la economía ilícita como el narcotráfico. La conjunción de estos tres factores da cuenta en gran medida del aumento de la criminalidad en República Dominicana en los últimos años.

La droga no es un evento casual ni minúsculo en ningún país. Para que el narcotráfico prospere tiene que contar con la anuencia de altos funcionarios civiles y militares, y una vez esas redes se forman, es difícil dar marcha atrás aunque se decomisen alijos de vez en cuando. La seguridad ciudadana se erosiona, el miedo se impone, y la confianza institucional se desvanece.

En República Dominicana predomina la burla a la ley porque los que tienen el poder para impulsar la legalidad la irrespetan constantemente, y una vez la ley deja de ser un vinculante social importante, el caos se convierte en norma.

La desigualdad social se ha profundizado en el país porque el sector privado mantiene salarios deprimidos y el Estado asigna muchos recursos públicos arbitrariamente con fines políticos. De ahí la extensa corrupción, la impunidad y el clientelismo.

La crisis económica de 2003-2004 dejó un saldo muy negativo para la sociedad dominicana por el empobrecimiento de mucha gente. Por otro lado, el crecimiento económico de 2004-2012 ha beneficiado pequeños estratos. Según un estudio reciente del Banco Mundial sobre la clase media en América Latina, República Dominicana fue de los países que creció sin redistribución del ingreso, y por ende, sin bajar los niveles de desigualdad ni expandir la clase media.

Para sostener un amplio sistema clientelar, el gobierno del PLD ha aumentado los impuestos varias veces en los últimos ocho años, incluido el paquetazo fiscal 2012 que generará más pobreza.

No es cierto lo que dijo el presidente Danilo Medina en su discurso de 100 días que la reforma fiscal es un trago amargo ahora para ser dulce luego. Tampoco es cierto que la nueva tributación sea para gravar los ricos. El paquetazo impositivo afecta directamente las capas medias y bajas porque aumenta y expande el ITBIS.

Esa pobreza no podrá alivianarse con míseras tarjetas de solidaridad. Un efecto inmediato será más delincuentes en la calle.

Para comenzar a combatir la criminalidad hay que sanear el estamento político, militar-policial y judicial. Pero ningún gobierno dominicano ha querido hacerlo.

Cada ola de desfalcos y déficits públicos socava la cohesión social y deprime la sociedad dominicana.

Artículo originalmente publicado en el periódico HOY

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