El gran jurista español Alejandro Nieto no necesita presentación en Iberoamérica, y mucho menos en la República Dominicana, donde su obra es más que conocida y donde felizmente hemos contado con su entusiasta participación como conferencista en masivos eventos académicos, coincidiendo con sus vacaciones en la isla, en las que, además, ha compartido con sus amigos dominicanos, como es el caso de Olivo Rodríguez Huertas, Juan Manuel Guerrero, Miguel Valerio y este columnista.
Podemos citar a vuelo de pájaro algunas de las más emblemáticas obras de su prolífica y popular producción bibliográfica: El desgobierno judicial, donde critica la dependencia de los jueces y la excesiva burocracia que viola los derechos de los justiciables; Las limitaciones del conocimiento jurídico (escrito con Agustín Gordillo) y El Derecho y el revés (en dúo con Tomás Ramón Fernández), en donde se manifiesta la capacidad dialógica de esta eminencia jurídica; su magnum opus, Derecho Administrativo Sancionador; su rompedor El arbitrio judicial, en el que debate con figuras de la talla de Kelsen, Hart y Dworkin; y Los primeros pasos del constitucionalismo español, libro clave para entender el constitucionalismo histórico de la Madre Patria; libros que lo consagran como un realista observador del derecho en la todavía viva tradición sociológica de Jean Carbonnier.
Nieto ahora nos regala El mundo visto a los 90 años (Granada: Comares, 2022), magnífico texto sobre cómo ve el mundo una persona cuando tiene más pasado que futuro. Es un librito delicioso, diferente a sus excelentes Testimonios de un jurista (1930-2017), donde narra su trayectoria y principales preocupaciones intelectuales. Aquí el autor se limita tan solo, como él mismo modestamente afirma, “a hablar del reducido mundo en el que vivo y veo con mis propios ojos”, consciente de que “el nonagenario ha perdido ya ingenuidad y tomado conciencia de sus limitaciones”.
Como se ve, el de Nieto no es, en modo alguno, un libro de autoayuda, es decir, no contiene consejos de cómo vivir mejor la ancianidad, como De Senectute, escrito por Marco Tulio Cicerón, vayan a ver ustedes, ¡a los -muchos para la época- 62 años! Su foco es cómo ve el mundo su nonagenario autor.
Citar algunos de los preciosos diamantes que nos regala Nieto en este espléndido opúsculo nos da una idea de su contenido y estilo. Así, el autor señala la desconexión intergeneracional (ya los jóvenes no comparten como antes con las mayores, sino que se reúnen en sus distintas tribus etarias, lo que impide a los jóvenes “conocer los frutos de la experiencia”) y lo difícil que es la tarea del escritor en nuestros países (“escribir aquí es predicar en iglesia de pueblo ante un puñado de devotas adormecidas”, pues “las mismas ideas no se cotizan igual en la bolsa de Madrid que en la de Frankfurt”).
Es osadía y locura intentar sintetizar en el reducido espacio de una columna libros tan singulares como esta joya. Apenas tengo espacio para finalizar diciendo que en ella Nieto nos brinda un potosí de sabiduría destilada y nos prepara para la edad -si no muere uno antes, como Cicerón, por obra y gracia de nuestros enemigos- en que, lamentablemente, ya “no nos entienden; si nos entienden, no se dejan convencer; y en ningún caso atenderán nuestras sugerencias”.