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El sabor conquista

Julio Martínez Pozo

Las especias han aportado mucho en la historia del acontecimiento más trascedente que haya conocido la humanidad: el descubrimiento de América, que recién ha llegado a los 520 años, pero ellas, sin el concepto de que la fe se imponía con la espada, no hubiesen precipitado  a las antiguas coronas europeas a procurar rutas alternas para la búsqueda de los condimentos que facilitaban la conservación y le daban sabor a la vida.

Si bien es cierto que la nieve aportaba un método de refrigeración natural, pero la falta de alimento se habría encargado previamente de diezmar el ganado,  para tener carnes almacenadas se requería sacrificarlas antes del invierno y condimentarlas, como todavía se hacía siglos después del descubrimiento, antes de que aparecieran los aparatos de refrigeración.

Hasta las cervezas y los vinos, eran insufribles sin condimentos, que desde la cultura azteca todavía sobrevive la tradición de añadir sal u otros ingredientes para hallarle mejor sabor a algunas bebidas, entonces Europa no tenía civilización sin condimentos, y la producción de esos rubros estaba muy distante, en el sur de Asia, en la India, a la que acudían en embarcaciones por dos rutas, la del Canal de Suez, controlada por los genoveses y la de Constantinopla, a través del Bósforo, que estaba bajo el dominio de los venecianos, pero la historia cambió cuando los conquistadores islámicos empezaron a salir con sus ejércitos a dejar en cada lugar que rendían, el mensaje que su profeta transmitió para  toda la humanidad.

Es así que se alzan con la capital de una de las dos cabeza en que se dividió el imperio romano, que se llamaba Constantinopla, la rebautizan como Estambul, que antes también fue Bizancio, y le dicen a los cristianos que para pasar por su ruta a buscar especias a la India tienen que pagar unos tributos que a los monarcas les resultaban muy onerosos.

Entonces empezaron a escuchar a los aventureros que venían hablando de rutas alternas para llegar a buscar esas especias tan imprescindibles cuando aún no se disfrutaba ni de la azúcar, ni del café, ni del chocolate, ni de  los teses, que nadie se imagina lo que es levantarse a trabajar hoy en día sin esos revitalizadores,  y Portugal se arrepentirá para siempre de haber dejado con los planes hechos,  un individuo con el que don Juan II tenía un proyecto aprobado para el que luego no aparecieron los recursos, que tampoco los buscó en Inglaterra Enrique VIII, ni la corona francesa, sino la que estaba en peores condiciones, desangrada por una guerra precisamente contra los moros islámicos, que era su prioridad, pero la reina Isabel, que en principio había conocido el proyecto y lo había desestimado por falta de recursos, se le prendió el bombillito, reconsideró la situación y llamó a Cristóbal Colón para que diera manos a la obra. ¡Tenía que ser una mujer!

Y de manera fortuita apareció algo más interesante que clavo y canela: oro, mucho oro, es decir riquezas para una corona empobrecida, pero después que se acabó el oro se descubrió el potencial de algunos cultivos y la necesidad de mano de  obra abrió otro negociazo: el tráfico de esclavos, y aquí estamos los países nacidos de esa mescolanza tratando aún de forjar nuestro destino.

Algunos entienden que nuestro retraso es hijo de España,  porque países conquistados por otras coronas, tienen mayor desarrollo, pero ese en eso incide el contexto, que era otro.

 

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