La importancia y urgencia de atender el desastroso estado de la educación trasciende la cuestión económica o de competitividad. Ignorarlo amenaza la democracia.
La pobreza de la formación básica, conjunto de la educación hogareña con la instrucción escolar, conduce a errores tan penosos como ser incapaz de rebatir cualquier argumento empleando los recursos retóricos, lógicos o dialécticos y gramaticales. Quienes sentimos la necesidad imperiosa de escribir no lo haríamos sin la esperanza de ser leídos. Esa urgencia por comunicar alguna idea procura usualmente informar, persuadir, conmover o motivar al receptor de lo que emitimos, sea una crónica de prensa, un texto publicitario, un poema o una invocación religiosa. Una de las más útiles normas sociales es escuchar al otro con atención y respeto para facilitar las conversaciones, diálogos o transacciones.
Es una tara penosa que la escasez de estas refinadas destrezas culturales obligue a padecer la abundancia de reacciones, ataques o respuestas de mucha gente que pone atención al hablante o mensajero y no al mensaje. Atribuir intenciones al otro, sean o no ciertas, antes de considerar la validez de lo dicho o escrito por sí mismo, imposibilita el entendimiento inteligente.