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¡He aquí el hombre!

“Y salió Jesús, llevando la corona de espina y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!”.

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“Y salió Jesús, llevando la corona de espina y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!”.

Este hombre, Jesucristo, que es Dios manifestado en carne, fue rechazado por su pueblo Israel, porque “en el mundo estaba, y el mundo por el fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”, Juan 1:10-11.

Los judíos esperaban a un Mesías poderoso, que los librara del yugo de los romanos.  Pero ese Mesías vino para librarlos de las manos  y del yugo de Satanás, el enemigo de las almas. No sólo liberal  a los romanos sino a toda la humanidad, que creyera y confiara en el.

Los gobernantes y los  reyes de Israel cuando nacían eran en Palacios, acostados en cunas de oro, y se anunciaba su nacimiento con sonidos  de trompetas y muchas fiestas.

Pero cuando el verdadero Mesías, Jesucristo, se manifestó fue algo sobrenatural.  Al respecto   la Biblia dice: ”Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta.

 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en panales, y lo acostó en un pesebre, porque no había para ellos un lugar en el mesón”, Lucas 2:4-7.

De acuerdo a la Biblia, “había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebano. Y he aquí se les presento un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor y tuvieron miedo.

“Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nueva de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en  un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”,  Lucas 2:8-14.

El apóstol Juan dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”, Juan 1:12-13.

Jesucristo, al referirse al amor del Padre hacia la humanidad, dijo que  de tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”, Juan 3:16-18.

Querido amigo y hermano en Cristo ¿cómo celebra tú y tu iglesia la Navidad?, identificándote con el mundo, con fiesta pagana, comilona, baile y todo tipo de acciones pecaminosas, que son cosas que desagradan a Dios.

¡HE AQUÍ EL HOMBRE!, dijo Poncio Pilato, el gobernador de Israel, cuando entregaba a Jesús a sus verdugos, constituidos por los religiosos y los políticos de aquel tiempo, y los soldados romanos,  así como el pueblo impío, ignorando en ese momento que Jesucristo es ciento por ciento Dios y ciento por ciento hombre.

Por eso es que en estas navidades no solo debemos recordar a Dios como lo hacemos tradicionalmente, sino en oración y gozo en el Espíritu, así como predicando su palabra para que seamos bendecidos y seguros de nuestra salvación. Jesús nos recuerda a través de su palabra: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”, Lucas 17:3.

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