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Juan Hernandez Batista

Nunca Juan Hernández hizo ejercicio abusivo de la autoridad de que estaba investido. Evadió toda forma de atropello para tratar a los contribuyentes ni al personal a su cargo

Mario Rivadulla

Esta columna se viste hoy de luto por la partida de un caro y apreciado amigo: el licenciado Juan Hernández Batista.

Economista y especializado en temas fiscales fue tanto fundador como director general y líder de la actual Dirección General de Impuestos Internos, a cuyo proceso de modernización dio inicio con persistente dedicación, tal como justamente destaca la esquela publicada por el organismo dando cuenta de su deceso.

Con Juan Hernández las recaudaciones fiscales cobraron un gran impulso que no se ha detenido hasta el presente. Haciendo gala de un estilo muy peculiar, siempre con una sonrisa iluminándole el rostro, dispuso de una habilidad especial para tratar con los evasores y colocarlos en el carril de la legalidad.

Por lo general, los llamaba a su despacho y siempre risueño, los invitaba a compartir un café y luego con lenguaje persuasivo los convencía de la conveniencia de cumplir con sus compromisos fiscales. Fueron muchos los que a partir de ese momento pasaron a ser fieles contribuyentes.

Nunca Juan Hernández hizo ejercicio abusivo de la autoridad de que estaba investido. Evadió toda forma de atropello para tratar a los contribuyentes ni al personal a su cargo. Prefirió el diálogo y la conciliación a la confrontación sin por ello dejar de cumplir su deber recaudador. Y dejó prueba palpable por los positivos resultados obtenidos de que el método que empleaba era altamente exitoso.

Se cuenta que una ocasión encontrándose en una población del interior del país, al pedir la cuenta después de haber ocupado habitación en un hotel local, le solicitó del propietario una factura fiscal donde constara el pago del ITBIs. Este, sin saber de quien se trataba, le confesó que su negocio no pagaba dicho impuesto. En vez de molestarse, recriminarlo ni amenazarlo de sanciones, tomó nota y le explicó la obligación de cumplir con el impuesto. Al siguiente día, el ITBIs contaba con un nuevo contribuyente.

El empeño puesto en su trabajo, los afanes por hacer cada día mas eficiente el organismo al tiempo de ofrecer mayores facilidades a los contribuyentes para cumplir con sus obligaciones fiscales y las tensiones propias de un cargo de tanta responsabilidad le pasaron factura a su corazón.

Antes de finalizar su último período al frente de la Dirección tuvo que someterse a una delicada operación de trasplante de corazón. Al frente del organismo quedó su subdirectora, la talentosa y bien equipada para el cargo, Germania Moya, quien durante todos los años previos había sido su mano derecha, y la cual dio continuidad a su gestión.

Fue un largo proceso que tomó varios meses. En distintas ocasiones nos comunicamos telefónicamente con el hospital para conocer de su estado. Su ayudante nos mantenía al tanto. En la última oportunidad pudimos hablar directamente con el, quien ya pasada la delicada prueba del quirófano y sin síntomas de rechazo ya comenzaba el proceso de rehabilitación. Ese corazón sustituto le dio varios años mas de vida, que dedicó al sector privado una vez cesado en el cargo.

Honesto, sin nubarrones que oscurezcan su limpio expediente de servicio público, capacitado, incansable, dedicado por entero a servir al país sin alardes ni afanes protagónicos en un cargo de naturaleza tan espinosa, en Juan Hernández se refleja a cabalidad el apotegma martiano “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien el sacrificio de la vida”.

En su caso, lo cumplió a plenitud.

Descanse en paz.

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