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La columna de Miguel Guerrero

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Pretender que el gobierno todo lo hace bien o que  por el contrario es negativo cuanto realiza me parece irracional. La administración ha tenido muchos aciertos  como también muchos errores. El balance sobre su desempeño depende en gran medida del nivel en que se la juzgue. Tal vez la pérdida de aceptación de sus acciones observable en el panorama nacional  se deba a problemas de comunicación.

Una buena comunicación necesariamente no surge ni se la mide en función de su volumen. La saturación puede tener un efecto contrario al que se persigue. Lo que vale e importa es la calidad, como en cualquiera otra actividad humana. Por lo regular el cúmulo excesivo de información impide una buena recepción de los mensajes. La gente tiende también a sospechar de todo aquello que se le repite de manera brutal, cuando los beneficios que se promocionan no llegan en la medida en que se anuncian. Este es el error en que incurre la propaganda oficial. Despierta expectativas que la acción del gobierno no puede llenar, aunque quisiera, en forma total o permanente.

No se trata de si es buena o mala la comunicación oficial. Es que se parece a aquel señor obeso que quiso con el ejercicio perder en una semana las libras que había conseguido en años de malos hábitos alimenticios. Al través de ella, se está tratando de atribuir propiedades que la oferta gubernamental no posee en su totalidad. Y el cliente termina descubriéndolo.

Los programas sociales del gobierno son de un gran contenido. Pero debido a las limitaciones propias de la economía no alcanzan a todo aquel que lo necesita. Al abusar de la promoción, estos últimos se sienten discriminados y terminan juzgando mal a la administración. Existen orificios en las redes de comunicación oficial similares a los del tendido eléctrico, por donde se pierde una enorme cantidad de la energía servida.

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