Como si no fuera suficiente con la crisis del sistema de educación pública por el pobre desempeño de los estudiantes, según mediciones locales e internacionales, ahora tenemos un creciente problema de inseguridad en los planteles y en sus entornos.
Ante una serie de hechos sangrientos que están sucediendo con una preocupante frecuencia, padres de alumnos, personal administrativo de escuelas y otros sectores de la sociedad están alarmados y con sobradas razones.
Ya no solo les inquieta el hecho medido por estudios muy precisos sobre el deficiente aprovechamiento educativo, sino que viven en permanente sobresalto ante el temor de que sus hijos puedan ser víctimas de esta oleada de violencia en las escuelas.
¿Qué hacer entonces? Las quejas son muy justificadas y sentidas pero por si solas no resuelven, ni previenen el problema, Hay que emprender acciones rápidas que garanticen devolver seguridad y control de la autoridad en los centros educativos.
Mientras se estructura una policía escolar efectiva y bien entrenada, hay que hacer un esfuerzo conjunto entre padres y amigos de las escuelas, el profesorado y las autoridades en general para rescatar la escuela donde debe reinar el estudio, el cuidado y la protección de los alumnos.