La isla caribeña que habitan el pueblo haitiano y el dominicano en dos repúblicas supuestamente “independientes” y en buena medida con soberanías ficticias, fue originalmente dividida por dos imperios colonizadores, el español y el francés; previa conquista de su territorio y exterminio de sus pueblos originarios.
La división se mantuvo y mantiene en la nueva etapa neocolonial a cargo de EE.UU, incluido el presente periodo caracterizado por la decadencia rapaz y agresiva del Coloso del Norte.
Las luchas por la independencia y la liberación de ambos pueblos son muy originales y pocos conocidas a nivel continental y mundial, cargadas de episodios heroicos, de victorias, reveses y contradicciones provocadas; la mayoría encubiertas por un manto de mentiras, medias verdades y distorsiones de sus confluencia y divergencias.
Haití fue primera en constituirse en República Independiente (1804) en la parte Occidental de la isla dominada por Francia y en realizar una emancipación social de corta duración y extraordinario valor histórico, algo que las Potencias Imperialistas Occidentales jamás le han perdonado. Su pueblo negro y esclavizado fue el primero en realizar en América una revolución anticolonial y antiesclavista mediante la derrota del imperio francés; con la virtud de extender esa trascendente conquista a toda la isla.
“El proceso que llevó a esta abolición – subraya la historiadora Quisqueya Lora H.- es uno de gran particularidad porque fue propiciada directamente por la República de Haití, que apenas 18 años antes se había constituido en la primera república negra del mundo, fruto de la única revolución de esclavos triunfante. Mientras en otros litorales americanos la abolición fue un proceso lento, producto de negociaciones y acuerdos entre esclavistas y autoridades, monárquicas o republicanas, en Santo Domingo fue un acto fulminante a partir de la unificación de la isla bajo Haití en febrero de 1822.” (LA CONQUISTA OLVIDADA, Caribes 19 Número 3 • Agosto-diciembre 2020).
La revolución haitiana y sus fuerzas combativas fueron, pues, decisivas para liberar la parte Oriental ocupada por España y abolir la esclavitud en toda la isla, proceso también de corta duración en tanto la conformación de una identidad nacional propia en la parte Oriental tendía a separarla de Haití y constituir otra República independiente y en tanto las fuerzas imperialistas pugnaban por su anexión o por su neo-colonización, y además por prologar modalidades de sobre-explotación, opresión y discriminación de larga data.
La fundación de la República Dominicana (1844) y su accidentada primera independencia asumió las características de separación de Haití en medio de constantes luchas contra las fuerzas imperiales españolas y el naciente imperialismo estadounidense que procuraban someterla de nuevo; primero contra la anexión a España una vez consumada y luego contra el neocolonialismo norteamericano, ambas opciones impulsadas por el “bando traidor y parricida”, como lo caracterizó nuestro prócer Juan Pablo Duarte.
En la lucha por la separación de Haití -motivada en parte por las influencias culturales de dos potencias colonizadoras diferentes, del desarrollo de culturas diferentes, idiomas distintos, creencias religiosas y fenotipos humanos relativamente diferenciados (uno predominantemente negro y otro mulato)- confluyeron anexionistas pro-españoles y independentistas liberales radicales.
La anexión a España no tardó en producirse, obligando a una heroica lucha por la restauración de la República independiente, que al paso de los años fue sensiblemente abatida hasta convertir a nuestro país en neo-colonia de EEUU.
Algo parecido aconteció en Haití, con el concurso de EEUU, Francia y Canadá, bajo la hegemonía estadounidense.
En fin, hemos devenido en dos países reiteradas veces intervenidos por EEUU y drásticamente re-colonizados, afectados por una maltratada separación que ha sido envenenada por el racismo y chauvinismos aberrantes, estimulados por la colonialidad y sus agentes políticos y sociales.
La ideología pro-colonialista, impregnada de racismo, perduró en el Este de la isla más allá de la abolición formal de de la esclavitud, también obstruida por la precaria subsistencia de los libertos y el peso en su forma de pensar y de vivir de la cultura de la sumisión y dependencia; esto a pesar del inconmensurable aporte del producto libertario de la revolución haitiana a la lucha por la igualdad y la unificación de la isla con un Estado basado fundaqmentalmente en la alianza democrática entre negros y mulatos.
En nuestra República Dominicana la partidocracia, la clase dominante, sus medios de comunicación, sus intelectuales, sus funcionarios, su sistema educativo, sus jefes militares y policiales… se las pasan hablando de de Haití como país “invasor”; identificando migrar con “invadir”; obviando de paso, que si esa fuera la vara para medir tal fenómeno económico-social, los/as dominicanos/as estaríamos invadiendo New York, Boston, Puerto Rico, Madrid, con expectativa de conquistar Alaska.
Vale la ironía como réplica al hecho de que cada día desde el poder constituido nos predican que un Estado que ellos califican de “fallido”, sin ejército, intervenido, con una policía fabricada por EEUU y un pueblo dramáticamente empobrecido, nos sigue “invadiendo”; librando así de culpas a las potencias coloniales y al imperialismo moderno que han aplastado su soberanía y la nuestra.
El Caribe y la isla al revés. La mentira presentada con traje de verdad. Y como no hay armas ni ejército de por medio, se las han ingeniado para inventar una “invasión pacífica” ficticia a cargo de un pueblo negro estigmatizado, que procura ahogar una soberanía inexistente; previamente diezmada por hordas coloniales y neocoloniales reales, encargadas de imponer la “supremacía blanca” a los compases de intervenciones, esclavitud y semiesclavitud, incluida la esclavitud asalariada en sus más crueles modalidades, en ambas parte de la isla.
Tan espectacular y perversa mentira, que repetida millones de veces ha logrado engañar una parte importante de la sociedad dominicana, brota de otra invención calumniosa con estatus de canallada y poder contaminante: la llamada “invasión haitiana” de 1822 a una República Dominicana entonces inexistente.
Una construcción ideológica, que brotó hace 182 años de la colonialidad racista, cuando en 1804 los esclavos/as negros/as de la parte Occidental de esta isla maravillosa, con apoyo en armas del Libertador Simón Bolívar, proclamaron la primera independencia en Nuestra América, fundaron la República de Haití, derrotaron el yugo francés, abolieron la esclavitud, cristalizaron una revolución social anticolonial y antiesclavista, y decidieron contribuir a liberar a los habitantes de la parte oriental de la isla del coloniaje y la esclavitud impuesta por el imperio español… hasta lograrlo en 1822 después de más de 300 años de colonialismo y esclavitud.
A una gesta liberadora, producto de la gesta triunfante en el Oeste de la isla, que proclamó de un tirón en su parte Oriental la abolición de la esclavitud un 9 de febrero de 1822, luego de la hazaña que implicó derrotar la ocupación colonial española, se le llamó y se le llama “Invasión” ; y el mote despectivo perdura hasta la fecha, tanto, tanto… que junto al neocolonialismo estadounidense y al neoliberalismo privatizador, nutre el régimen de Abinader y toda la gestión institucional del país y su sistema de partidos, despidiendo un bochornoso tufo neofascista.
Predominó la mentira, en tanto el peso hegemónico de la elites pro colonialistas y pro imperialista impuso el silencio y ocultó, generaciones tras generaciones, el valor que para la lucha por la igualdad y la verdadera democracia, representa la epopeya haitiana iniciada en 1804 y extendida a toda la isla en 1822.
Haití, ni como Estado ni como pueblo, nos invadió antes, y menos ahora. Se trata de una mentira impuesta por casi dos siglos, que ha servido para afectar gravemente nuestra identidad como pueblo negro y mulato.
La venganza contra el pueblo negro que protagonizó ese ejemplo de rebeldía y creación de libertad e igualdad ha sido tan cruel que lo ha forzado a emigrar con los pies descalzos y con su miseria a cuesta; incluso aceptando para poder sobrevivir, en su territorio y en su vecindad dominicana, nuevas modalidades de la esclavitud que se propuso abolir cuando inicio en Nuestra América la ruta inconclusa de la independencia y la liberación social.
En lo que corresponde a la relación con nuestro país, como uno de los receptores de su dramático proceso migratorio, la reedición de esas modalidades esclavistas o semi-esclavistas se expandieron con la contratación de braceros haitianos para el corte de la caña y se extienden en el tiempo hasta el presente, ya sin contratos y no solo en la industria azucarera, también en las plantaciones cafetaleras y arroceras, en la industria de la construcción y en múltiples variantes de la economía informal.
El tráfico de seres humanos desde Haití continúa, ahora sin contratos intergubernamentales, mediado por el negocio fronterizo a cargo de jefes militares, empresarios inescrupulosos, latifundistas, constructores y políticos corruptos; desbordándose hacia múltiples formas de sobrevivencias impregnadas de inhumanidad.
La explotación, la sobre-explotación, la negación de derechos de todo tipo, el maltrato, la persecución y el abuso policial-militar, el trato desigual… adquieren carácter de normas y costumbre dominantes; abusos y crueldades de lo que no están exentos centenares de miles de sus descendientes nacidos aquí; recientemente condenados a la apatridia, a la condición de indocumentados sin nacionalidad, por una sentencia del Tribunal Constitucional que le niega la nacionalidad y la ciudadanía dominicana a todos los nacidos/as después del 1929 (178-13); a toda luces inspirada en la legislación y las costumbres racistas de la época de la colonia y la opresión esclavista
Vinculado a esto -aunque no con tanta saña, tantos odios y tales niveles de discriminación- las modalidades semi-esclavistas de explotación y formas de vida sumamente crueles se siguen reproduciendo contra la población dominicana negra y mulata, femenina e infantil.
Esto pasa sobre todo en gran parte de la sociedad que vive en condición de extrema pobreza y exclusión; evidenciándose así los enormes daños generados por el reciclamiento -auxiliado por el ocultamiento del valor de las luchas histórica, por la cultura de la desigualdad y la negación de derechos y necesidades humanas, y por la ideología racista y patriarcal- asumidas e interiorizadas por formaciones económicas-sociales impregnadas de deshumanización y basadas básicamente en el lucro y la acumulación de riqueza, como lo es el capitalismo.
Concluyo llamando la atención sobre este párrafo del artículo de Quisqueya Lora H. -citado más arriba- convocándonos a reencontrarnos con nuestro pasado esclavo y a reconocer el valor inmenso de esa conquista ocultada:
“El racismo constituye una de las herencias más duraderas del colonialismo. República Dominicana tiene que reencontrarse con su pasado esclavo, entender lo que significó, la riqueza que hay en ese pasado, pero también el lastre que ha dejado en nosotros. Recordar y celebrar que el 9 de febrero de 1822, de golpe y porrazo fue abolida la esclavitud y las distinciones formales basadas en el color de la piel podría ser un inicio. Este evento trascendental, quizás la última conquista de la Revolución Haitiana, nos invita a que tomemos conciencia de las múltiples formas en que los dominicanos y dominicanas han luchado por su libertad, , sus derechos y su identidad.” (Obra cit. LA CONQUISTA OLVIDADA)
Es la mejor manera de entender a fondo nuestro presente y de forjar un futuro de felicidad y hermandad entre los dos pueblos, que aun agobiados por múltiples penurias y sufrimientos, aman y ejercen la alegría, venciendo -como diría Hugo Tolentino Dipp en su LUPERÓN- “paso a paso y dolor a dolor”, la tristeza que sus verdugos tratan de imponerles.
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