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“Los tres deseos”

Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.

Cuenta la historia que Alejandro el Grande fue una de las grandes figuras históricas que han despertado un gran interés y debate sobre las vicisitudes que acompañaron su vida y su muerte. Este joven rey macedonio, hijo de Olympia y de Filipo II y continuador de su obra con una potencia conquistadora que le llevó a unir Oriente y Occidente con lazos fructíferos, de una manera que sirvió de modelo para todas las empresas civilizadores que se pusieron en marcha a parir de su breve aunque fulgurante paso por la historia.

Encontrándose al borde de su muerte tras una larga enfermedad Alejandro llama a sus ocho generales que eran sus colaboradores más cercanos y les comunicó sus tres últimos deseos y estos fueron los siguientes: Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los mejores médicos de la época. Que los tesoros que había conquistado, plata, oro y piedras preciosas, fueran esparcidos por el camino hasta su tumba. Y que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.

Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones. Alejandro le explicó: Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos no tienen, ante la muerte, el poder de curar. Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen. Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos, cuando Dios nos llame a su presencia y se nos termine el más valioso tesoro que poseemos que es el tiempo en esta tierra.

El tiempo es el tesoro más valioso que tenemos porque es limitado, podemos producir más dinero, pero no más tiempo. Recordemos que cuando le dedicamos tiempo a una persona, le estamos regalando una porción de nuestra vida que nunca podremos recuperar, nuestro tiempo es nuestra vida. Por eso el mejor regalo que le puedes dar a una persona es tu tiempo.

Aprendamos a no acumular tesoros en la tierra como dice el Evangelio de San Mateo, Capitulo 6, Versículos del 19 al 21: “No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye ni las cosas se echan a perder ni los ladrones entran a robar. Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón”

Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.

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