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No se roba por hambre

Julio Martínez Pozo.

Entrevistado en El Sol de la Mañana, Fernando Moreno, jefe de Policía de Parla, en Madrid, afirmó: “Tengo treinta y dos años enfrentando la delincuencia y no me encontrado con el primer caso de alguien que robe o mate para alimentar a su familia”.

Es lo que he venido sustentando en mis análisis, más que en el fenómeno de la exclusión y la marginalidad, la criminalidad está acelerada por un desborde en las expectativas de vida que no puede ser satisfecho con los ingresos de un empleo o la rentabilidad de un pequeño negocio.

En toda América Latina y de manera más acentuada en República Dominicana hay un telón de fondo que no puede conducir a nada bueno: un 30% de jóvenes en edad de estudiar y de trabajar que no hacen una cosa ni la otra, y que aspiran a los niveles de vida que empezaron a mostrarse en los barrios dominicanos con el regreso de los llamados dominicanyork en los años ochenta: plata en los bolsillos, buena montura y buena pinta, lo que equivale a muchas mujeres.

Nueva York se dañó, cuando allá lo arreglaron arrebatándoselo a la delincuencia y florecieron las deportaciones, mientras por otra parte, República Dominicana generaba lo que no tenía: un mercado interno de consumo de drogas, lo que generaba una nueva ocupación, la de los puntos de drogas, que nadie sabe cuántos son, pero que mueven recursos diarios que son el producto de la mayoría de los asaltos y atracos que se ejecutan en las calles.

¿Quiénes son los deportados? Inmigrantes de generaciones que no se contentaban con el ingreso del trabajo en una factoría en una bodega para la subsistencia elemental, sino buscadores de riquezas rápidas para el modelo de vida que ilusionan, es cierto que deben tener su incidencia en el desborde delincuencial al que asistimos en el país.

El otro factor es el de las apuestas de todo tipo en las que se consumen miles de pesos diarios, que también se financian del hurto.

Es cierto que también tenemos una Policía Nacional y unas Fuerzas Armadas, que se tornan muy vulnerables con agentes expuestos a las mayores inseguridades con ingresos de hambre, que los convierten en presa de la tentación de los criminales, siempre se ha hablado de cambiar eso, pero sólo discurso.

Hay que trabajar un modelo de vida que haga proyección del éxito sin ostentación, que se puede ser feliz con las necesidades elementales cubiertas y sin tener que andar buscando soluciones individuales para las necesidades diarias, que agravan más los problemas sociales y ambientales, que un vehículo particular, que una planta o que un inversor, que seguridad privada, y muchas otras exigencias más que no pueden ser satisfechas con ingresos estándares.

Nada de lo que hay que hacer se subsana al corto plazo, pero en lo que el problema se trabaja con lo que no hemos tenido hasta este momento, un verdadero plan integral, la sociedad no puede dejarse acorralar de la delincuencia, que además conoce muy bien de los garantismos de un Código Procesal Penal, que por cualquier resquicio deja en las calles a personas que representan una amenaza contra toda la sociedad.

Hay individuos que han arribado a una degeneración tal que no los regenera el nuevo modelo penitenciario, que para asesinos impiadosos como los que dispararon contra Francina Hungría o los que asesinaron a unos ancianos indefensos en el Evaristo Morales, sería un premio.

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