El suicidio del dirigente peledeísta y congresista muy distinguido, Reinaldo Pared, el pasado 28 de octubre en Juan Dolio, estremeció a la sociedad dominicana asombrada por tan triste decisión de un buen ciudadano a quien un terrible cáncer había asolado en los últimos meses de su vida.
Aprecié a Reinaldo desde cuando estudiábamos derecho, él en la UASD y yo en la UNPHU, a fines de los ’70, hace más de cuatro décadas. Un día pidió mi opinión sobre candidatearse para regidor cuando su PLD era un partidito. Dije que era una locura. Su brillante carrera política y congresual muestra que me equivoqué.
Su viuda reveló ayer que padecía una gran depresión “por traiciones políticas, la situación del partido, el cáncer, inactividad laboral, la pandemia, ataques en redes y ausencia” de quienes debieron acompañarle. Es una barbaridad que desalmados y ruines insensatos pretendan asesinar su memoria con elucubraciones, inventos y difamaciones. No sólo por sus sufrimientos, Reinaldo se ganó su derecho a descansar en paz. Sus familiares merecen respeto y empatía. ¡Cuántos perversos inconscientes!
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