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Urgente: Una red contra culpas y lamentos

Tony Pérez.

Dos días después de la Nochebuena, el 26 de diciembre de 2004, un tsunami quitó las vidas a 300,000 personas en Asia Meridional.

“El balance no habría sido tan terrible si en la región hubiera existido un sistema de alerta temprana”, según Laura Kong, directora del Centro Internacional de Información sobre Tsunamis de Hawai.

De acuerdo a la científica, citada en el mensaje del director general de la Unesco, Koïchiro Matsuura, en ocasión del Día Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (Costa Rica, 12-10-2005),  “un sistema de este tipo supone que los destinatarios del aviso de alarma sepan exactamente lo que tienen que hacer de inmediato y actúen para que la población costera se ponga a salvo. Para ello, basta con internarse un kilómetro tierra adentro o situarse en terrenos situados a más de 10 metros de altitud. Hacer esto puede llevar diez minutos, incluso menos. Si hubiera existido un sistema de alerta semejante, muchas personas habrían podido escapar del desastre”.

Hace un año, a las 2:46:23 de la tarde, hora local, Japón sufrió el seísmo más potente de su historia y el quinto mayor en el mundo desde el 1900 (9,0 grados Richter, seis minutos, epicentro en la más grande de sus islas, Honshu). La ruptura de las placas tectónicas en el mar desencadenaron un tsunami y éste, a su vez, una crisis nuclear cuyos efectos negativos en la población en la salud durarán muchos años, quizás décadas. Y aunque las sirenas ulularon a tiempo, los muertos fueron muchos.

La Agencia de Policía Nacional ha confirmado 15,845 muertos, 5,893 heridos y 3,380 desaparecidos. 92 por ciento de las personas ahogadas era mayor a 60 años.

El maremoto (olas de 65 pies de altura) combinado quizás con reacciones tardías, provocó el desastre que aún mantiene conmovidos a los habitantes del archipiélago asiático y que ha obligado al emperador Akihito, 78 años, a hablar este domingo a través de la televisión, por primera vez en 22 años. También ha asistido, junto a la emperatriz Michiko y el primer ministro Yoshihiko Noda, a un servicio en memoria de las víctimas en el Teatro Nacional de Tokio. Allí, el primer ministro ha recordado que el pueblo japonés ha sabido sobreponerse de desastres peores.

Nuestra isla, La Hispaniola que compartimos con Haití, está llena de fallas tectónicas. Algunas de ellas nos han estremecido de malas maneras desde el terremoto de Puerto Plata, en 2003. Puerto Príncipe, la capital haitiana, hace dos años que se hundió más en la indigencia a causa del terremoto de 7,3 grados Richter que la sacudió a las 5:53:09 de la tarde hora local. Al menos 250 mil seres humanos murieron en segundos.

Por suerte no se produjo un tsunami porque el epicentro se registró en tierra. Pero ¿se imagina usted qué habría pasado con haitianos y dominicanos que habitan toda la parte baja del sur la isla, si se hubiera producido un tsunami? Solo recordar que a raíz del huracán George, el 22-9-1998, un rumor sobre un maremoto levantó de las camas, semidesnudos, a miles de habitantes de la capital, y los mandó a correr hacia el malecón para “disfrutar” el desconocido fenómeno.

Estamos huérfanos de prevención. La sabiduría preventiva, como aseguró Matsuura, director de la Unesco en 2005, puede salvar miles de vidas; la sabiduría retrospectiva, en cambio, llega demasiado tarde.

La prevención es una construcción paciente a través del tiempo. Sería imposible lograrla sin planificación de la comunicación como parte fundamental del proceso. Aquí, sin embargo, solo se habla de comunicación como elemento cosmético, accesorio. Se la usa de manera arbitraria, improvisada, coyuntural, desarticulada, como desarticuladas andan las acciones estatales y privadas y las opiniones mediáticas de los expertos, a todas luces matizadas por la politiquería y el figureo.

Muchas veces se menciona la comunicación solo para  justificar un puesto con quien sea, y así engañar a organismos internacionales donantes de fondos. Es que, como creemos que “de músico, poeta y loco todos tenemos poco”, también todos tenemos la condición innata de comunicólogos.

Nuestra isla es muy vulnerable a los fenómenos de la naturaleza. Los terremotos y tsunamis son impertinentes, llegan sin invitarlos. Reducir su impacto no es cuestión de bultos mediáticos de ocasión.

No quisiera que la inacción me haga sentir culpable a posteriori, mucho menos que me lleve a romperme la cabeza al muro de los lamentos. Animo la formación de la primera Red Dominicana de Periodistas para la Prevención de Desastres. Muchos ya se han interesado. El ingreso a ella solo está restringido a quienes no sientan pasión por la vida y carezcan de responsabilidad social. Puede patrocinarla cualquier institución nacional o extranjera, si lo desea, previa ponderación de la idea.

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