Tuve una discusión muy aguda con un joven sociólogo dominicano que asegura que Danilo Medina no buscará una segunda reelección. Empinaba sus juicios en la observación de que el deterioro del gobierno era tan profundo que la contaminación directa del presidente con la corrupción (caso ODEBRECHT, por ejemplo) lo convertían en el peor de los candidatos.
Pero quienes apuestan a que el presidente Medina no buscará la reelección, deberían volver a leer la desvergonzada aventura de Horacio Vásquez, porque para los que saben que hemos vivido una historia circular que se repite angustiosamente una y otra vez, este aspaviento de un ambicioso creyéndose insustituible no es más que la continuidad de la inflación moral que habita nuestra historia. Además, lo que no ocurría con Horacio Vásquez, Danilo Medina responde a un grupo económico que necesita preservar el poder.
Horacio Vásquez se había apegado al poder con una enorme pasión, y forzó una modificación constitucional que el 17 de junio de 1927 había prorrogado su mandato por dos años más. Este capítulo de la historia se conoce como “La prolongación”, pero no bastó al ansia incontenible de poder de “La Virgen María con chiva” que se creía ser Horacio.
Para el período presidencial de 1930 a 1934 sus partidarios armaron la reelección y desplegaron la leyenda de un ser providencial y mesiánico, pese a que Horacio estaba gravemente enfermo, y las instituciones despedazadas por la práctica de la corrupción.
Hay una relación dialéctica entre el continuismo y la corrupción, la reelección de Horacio la desencadenó.
Exactamente lo mismo del presidente Danilo Medina, cuyo gobierno encarna el más alto nivel de la corrupción histórica de la vida republicana.
Las páginas de los periódicos dominicanos de la época están llenas de puntos de vistas encontrados alrededor de la conveniencia de modificar la constitución de la República para permitir la reelección del máximo líder del Partido Nacional.
Horacio callaba, pero cortejaba con su silencio los signos rituales de su desmedida ambición de poder. En la penosa historia de la reelección presidencial en nuestro país, el pequeño burgués que se traga el suspiro de su condición de insustituible, construye siempre un mundo de justificaciones hecho a la medida de su comercio.
Santana, Báez, Hereaux, Trujillo y Balaguer. ¡Hasta Hipólito Mejía!, atribuían sus propias ambiciones de poder a encantadoras cláusulas conjuratorias de todos los males del país, y el lenguaje oficial y su sustantivación hacían creer que únicamente ellos, los detentadores del poder, podían resolverlo todo.
El destino sagrado de la patria quedaba así ligado a las manipulaciones para la permanencia en el poder de una determinada persona. Horacio Vásquez sabía del peligro a que exponía el país, pero sus ínfulas de mito fundaban como naturaleza y eternidad lo que no era más que su propia ambición.
Todos sabemos que fue sobre los despojos de esa “Virgen con chiva” que se erigió la dictadura de Trujillo, y que más allá de su tragedia personal, el horacismo abrió ese torbellino clásico de la vida cortesana que justificó toda la desmesura que el trujillismo clavó en la historia durante treinta y un años.
No es otra cosa lo que estamos viviendo con Danilo Medina. La vida dominicana es aterradoramente circular, y la representación de la ambición de los “líderes” en la historia roza sin cesar el cinismo. Horacio se creía “La virgen María con chiva”, perdiendo la cualidad histórica de las cosas. Por eso fue a la reelección.
Danilo Medina irá a la reelección, porque él se cree “La Virgen María con bigote”, y porque se imagina que desde el poder todo es fácil puesto que tiene bajo su control el marco institucional del país, y el presupuesto.
Danilo Medina es incapaz de producir una idea, es lo más alejado del pensamiento que pueda existir; pero responde a un grupo económico que depreda el Estado, y se cree una criatura celestial insustituible.
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