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“Con La Fe, se va muy Lejos”

Ray Ortega

Ray Ortega

Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.

He dicho en varias ocasiones que soy católico, por que negar la religión a la cual uno ama y pertenece. Yo siento gran admiración por todos aquellos que creen en Cristo Jesús, cada cual que tenga su práctica religiosa, lo importante para mi es que crea en Cristo. Siempre he dicho que tengo muy buenos amigos, Bautistas, Metodistas, Evangélicos y de algunas otras religiones cristianas, no trato de cambiarlos a católicos, ni ellos tratan de cambiarme a mí, ellos son felices con la religión que ellos viven y practican, y yo soy feliz con la mía, entonces si ellos la viven a plenitud, pues adelante.

Llego hace unos días a mis manos algo que escribió el Rev. Padre Nelson M. No sé realmente de donde es oriundo. Esta historia fue escrita por el Papa Pio XI, a mi pero me pareció muy interesante y la he querido compartir con Ustedes, y lleva por título: “El Cáliz más precioso del Mundo”, y dice así: “En Rusia de los comunistas no se permitía que hubiera obispos católicos. En el año de 1925 el Papa envió secretamente un arzobispo a Rusia, Este ordenó en secreto a nuevos obispos católicos, a uno en un sótano, a otro en una casa solitaria.

Los nuevos obispos podían ordenar nuevos sacerdotes, podían administrar los Sacramentos entre ellos el de la Confirmación, y así guiar a los fieles en la fe. Pero hubo un traidor. En un año o dos, la policía secreta de Rusia, había capturado a todos los nuevos obispos y los había encarcelado. Uno de los nuevos obispos se llamaba Sloskans. A él se le envió a un campo de concentración de manera tan sobrecogedora que los que eran comunistas se alejaron del comunismo.

En ese campo de concentración el obispo Sloskans fue llevado a una súper cárcel. Era un pequeño sótano en una torre fortificada que estaba destinada para prisioneros especialmente odiados. El cuarto estaba húmedo, lleno de insectos. Las veinte personas que juntaron allí, tenían suficiente lugar solamente para estar parados, pues el sótano era muy pequeño. Día y noche tenían que estar de pie. Entonces reflexionaban y se juntaron apretándose uno contra otro para que siquiera uno tuviera suficiente lugar para echarse. Por turno podían así descansar por una hora. En la conversación se vio que algunos de los prisioneros eran católicos. Otros eran ortodoxos llenos de fe y de piedad. Así la prisión se convirtió en una iglesia. Día y noche rezaban unos con otros. Un día uno de los prisioneros dijo; ojala el señor obispo pudiese celebrar la Misa. Esto lo escucho uno de los guardianes que estaba allí por breve tiempo de reemplazo. En la oscuridad, con mucho secreto, consiguió pan blanco y un poco de vino. Uno de los prisioneros tenía la base de un vaso. Tenía mal aspecto, peor como si lo hubieran sacado de la basura.

El obispo se acostó en el único lugar donde podía descansar. Encima de su pecho, sobre el sucio saco del uniforme de la prisión puso el pan y la base del vaso con vino. Dijo las palabras de la Santa Misa que sabía de memoria, especialmente la anáfora con las palabras de la última cena y la consagración. A cada uno le dio la comunión. Gruesas lágrimas en los rostros y barbas evidenciaban la emoción de tener a Jesús junto a ellos. Cada vez cuando el guardia de reemplazo estaba de servicio pudieron repetir la celebración. Los prisioneros dijeron: De otra manera no hubiéramos sobrevivido. Este duro encarcelamiento duro varios años, y cierto día en un intercambio de prisioneros trasladaron al obispo Sloskans a la frontera y le dieron la libertad. Entonces el obispo pudo relatar al Papa todo lo que había vivido, y le regalo la base del vaso que le había servido de cáliz. El Papa colocó esta pobre base entre los recuerdos más preciosos que tenía y dijo: Este es el cáliz de más valor en el mundo. Puso su mano sobre el pecho del obispo y dijo: Este es el altar más precioso del mundo.

El Papa Pio XI, tenía razón. Este pobre pedazo de lata había llegado a ser precioso por el sufrimiento y la valentía de los prisioneros y por el deseo de recibir a Cristo.

El pecho del obispo quien, acostado en el único lugar de descanso de la prisión lo utilizó como altar, era de más valor que los más ricos altares de mármol.

Termino con este pedazo del Evangelio de San Lucas, Capitulo 22, Versículos del 17 al 20 y dicen así: “Entonces tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que no volveré a beber del producto de la vid, hasta que venga el reino de Dios. Después tomó pan en sus manos y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Esto es mi cuerpo, entregado a muerte a favor de ustedes. Hagan esto en memoria de mí. Lo mismo hizo con la copa después de la cena diciendo: Esta copa es el nuevo pacto confirmado con mi sangre la cual es derramada a favor de ustedes”

Hasta la próxima y muchas bendiciones para ustedes.

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