De ahora en adelante un río de tinta correrá sobre Danilo Medina. Todo el mundo querrá dejar algo escrito refiriéndose a él con propósitos distintos: las acostumbradas loas del limpiasaquismo, el resabio de los vencidos, la frustración de los envidiosos, la protesta de quienes no son tomados en cuenta, el mal humor de los que asisten al fin del continuismo en los puestos públicos.
No faltarán los consejeros que siempre andan con algún diagnóstico o un proyecto de reforma para “contribuir” con la gobernabilidad y el éxito de la gestión. Son inenarrables los niveles de presión recibidos por los presidentes que, en países como República Dominicana, constituyen una suerte de reyes sin corona. Todo gira alrededor de ellos.
Tampoco están ausentes quienes se pavonean en los escaparates citadinos y las terrazas presumiendo de su amistad con Danilo porque un día coincidieron con él en algún lugar o, quizás, porque en cierta ocasión cayeron como paracaídas sin ser invitados. Imposible ignorar a los “visitadores”, aquellos que se definen a sí mismos como personalidades de la opinión pública, haciendo sala, y a veces cola, para ofrecer un punto de vista que nadie les ha pedido.
¿Y qué decir de los bucaneros que redactaron los contratos de sus propios beneficios desde que oyeron el primer boletín de la Junta? !Qué angustioso debe ser el oficio de presidente! !Qué dura ha de resultar la etapa de mandatario electo con una pléyade tratando siempre de violar la privacidad del compañero, del amigo, del hermano, del vecino Danilo! Todos creen haber ganado un derecho para estar cerca del nuevo gobernante.
Yo pido a quienes le votaron, respaldaron, financiaron y caravanearon que le dejen gobernar. Y que los funcionarios de ocho años corridos –que ya hasta sudan aceite de oliva- se vayan traquilos a casita, sin ruidos. Déjenlo gobernar. El beneficio será colectivo si lo hace bien.
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