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El principio del fin

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Mario-Rivadulla-3001Han transcurrido 55 años desde aquel 30 de Mayo. Ya es un episodio remoto de la historia patria. Pero por sus implicaciones no pierde vigencia ni actualidad. El audaz magnicidio llevado a cabo por un grupo de hombres valerosos, todos los cuales a excepción de dos, habrían de pagarlo al precio irreparable de sus vidas, marcó el principio del fin de una de las etapas más sangrientas y dolorosas que registra la turbulenta historia de nuestras patrias latinoamericanas, donde las asonadas militares y los regímenes dictatoriales han escrito tantas páginas de infamia.

Pocos, sin embargo, pudieran alcanzar los niveles de absolutismo y abyección que sumó el poder trujillista a lo largo de sus treinta interminables años de poder omnímodo, que alcanzó todas las manifestaciones de vida, cruzó el umbral de todos los hogares y determinó el destino de tantos seres humanos.

Algunos historiadores fijan la cantidad de víctimas de la tiranía en más de cincuenta mil. Posiblemente nunca llegará a determinarse el número exacto. Tampoco el de los haitianos masacrados en la horrible matanza étnica que llevó a cabo. Quizás nunca tampoco el monto de la inmensa fortuna acumulada a través del saqueo impune cuya garra codiciosa hincó en toda actividad económica, al igual que en la honra de tantos hogares mancillados por su desbordada lascivia.

Humillación perenne, acoso, prisión, tortura, crimen, saqueo. No hubo una sola manifestación de abuso y oprobio que no figurase en su cuenta de imperdonables agravios contra un pueblo sometido, desde la brutal represión de los valerosos expedicionarios y opositores que abonaron con su sangre mártir tempranos surcos de rebeldía hasta el horrendo asesinato de las mariposas y su chofer.

El 30 de Mayo es, siempre será, día de homenaje imperecedero para quienes ese día cambiaron el rumbo de la historia. Para Antonio de la Maza, Juan Tomás Díaz, Amado García Guerrero, Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella, Modesto Díaz, Roberto Pastoriza, Luis Manuel “Tunti” Cáceres y Huáscar Tejeda cuyo temerario gesto marcó el principio del fin de la tiranía, cuyos ojos ya eternamente cerrados no pudieron contemplar y para Luis Amiama Tió y Antonio Imbert Barreras, quienes sobrevivieron milagrosamente para que pudieran dar testimonio vivo de su heroísmo. El primero murió hace ya bastantes años, mientras a este último el siempre veleidoso destino le concedió el singular privilegio de contemplar este nuevo aniversario de la gesta de la que fue protagonista precisamente en su último día de vida, al fallecer escasas horas más tarde.

Hoy el pueblo dominicano disfruta de una libertad que se le negó durante esas tres oprobiosas décadas de despotismo. Pero queda todavía, sin embargo, un largo camino por recorrer para que el ideal de patria que sembró Duarte, mancilló el trujillato y abonaron los héroes del 30 de Mayo, se convierta en luminosa realidad.

Asumir tan sagrado compromiso de forjarla limpia de máculas, soberana de pleno, justa y progresista es el mejor homenaje que se les puede rendir.

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