Si algo recordaremos de la campaña proselitista, que termina esta semana, es lo extensa e intensa que ha sido; altamente costosa, verbalmente agresiva, pero con más contenido que otras, aunque le faltó coronarse con un aspecto que la hubiese perfeccionado: el debate cara a cara de los candidatos presidenciales.
Los espacios abiertos por organizaciones empresariales, de la sociedad civil y los medios de comunicación constituyeron aportes valiosos para que los electores pudieran dar una mirada a los aspirantes presidenciales más allá del slogan, del spot bien elaborado o de la cuña hecha en laboratorios creativos.
La política avanzó bastante en este período. Habríamos conseguido una campaña sin sangre, pero hechos aislados, enlazados con acciones individuales de militantes desaprensivos, dejaron como saldo lamentable dos muertos y algunas pedreas con heridos, incluyendo la que se produjo contra una caravana del presidente Fernández.
Por suerte, nadie elucubró para decir que se trató de un atentado contra la vida del mandatario.
Esta fue la campaña más pletórica de “leyendas urbanas”, que dieron un toque de humor político: el atentado de Pepe Goico contra Martelly, el robo de un computador en un call center con las líneas “estratégicas” del PRD, el tiro que Guido Gómez quería propinarle a Miguel Vargas, la cuenta bancaria de Margarita Cedeño en Dinamarca.
La publicidad de los candidatos –vista en forma neta o aislándola de las prácticas de terceros- ha sido edificante y centrada en propuestas. Un satélite anduvo, sin embargo, a la caza de “los errores” de Mejía, para armar piezas que deberían ser objeto de estudio de la comunicación política. Tuvimos una cruenta guerra de encuestas y grandes perversiones comunicacionales que la historia juzgará. Ya terminamos.
Espero que el ganador se dedique a gobernar desde el primer día. Bastante circo ya tuvimos y grandes son los desafíos.
