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Batalla Electoral 2024

Sencillamente aberrante

De vez en cuando es saludable la nostalgia, y junio, a pesar de su sol radiante, es un mes de nostalgia política. Llegaron llenos de patriotismo, enamorados de un puro ideal. Lo hicieron en 1959 y también en años subsiguientes hasta que las botas militares terminaron con ellos en montañas y cárceles. Las dictaduras son horrendas, y por eso unifican las buenas intenciones de visionarios en gestas patrióticas.

La República Dominicana de fines de la década de 1950 era un lugar espeluznante. Un tirano se había apoderado de todo lo que deseó: fincas y villas, industrias y comercios, y mujeres finiquitadas en honor y sexo.

Dicen los defensores del dictador que hoy es peor que antes porque reina el desorden. Pero no. El orden trujillista es indeseable, aun se compare con la corrupción presente, el enriquecimiento de dirigentes políticos que hace apenas unos años eran desarropados, o con la prostitución que el país produce como un bien de exportación. La dictadura es peor porque socava la dignidad humana en sus más hondas entrañas, porque ni el leve suspiro es posible.

La simbología discursiva de Tru­jillo giró en torno a las nociones de trabajo, orden, paz y progreso, pero estos conceptos tenían un significado falso en su concepción autoritaria del poder.

El dictador se apoderó del sentido nacionalista que se había gestado en casi un siglo de post-independencia pero no se había constituido como unicidad de poder ni comunidad de destino. Lo hizo interpelan­do a la nación como manada a ser disciplinada y excluyendo al pueblo de la participación política. En el discurso trujillista el espacio político de la sociedad era el trabajo, y le correspondía al Estado (entiéndase Tru­jillo) dirigir y enseñar la sociedad a ser productiva. Trujillo interpeló a la nación en sus valores fundamentales en torno a la fami­lia, la escuela, la condición de la mujer, pero para él todas las instancias de lo personal y lo público tenían la función de lograr la disciplina autoritaria y la adherencia al régimen.

Estableció una relación vertical con la sociedad dominicana, en la que el «padre instructor» enseñaba el pueblo a en­contrar el progreso, y el «padre disciplinario» castigaba las acciones que desviaban de esa meta. En palabras de Octavio Paz, la figura del Padre se bifurcaba en la dualidad de patriarca y macho; por un lado, el patriarca que protege, es poderoso y sabio; y por otro, el macho terrible y fuerte.

Se propuso construir una nación silente, cuyos derechos eran una abstracción al no existir en las vivencias políticas del pueblo. Por eso el régimen necesitaba no sólo de discurso, sino también de una fuerza que invocara la regulación social. Fue enérgico en su propósito de aplastar todo movimiento opositor como el de Constanza, Maimón y Estero Hondo.

Así cayeron los valientes de 1959, los rebeldes del Movimiento 14 de junio, y todos los demás que luego desaparecieron en los largos años de dictablanda de Joaquín Balaguer.

No sé cuántos jóvenes de hoy conocen la letra y música del himno del 14 de junio, tampoco sé cuántos conocen esa historia, pero mantener reivindicada la figura de Joaquín Balaguer es uno de los peores servicios que el PRD y el PLD han hecho a la sociedad dominicana.

A Trujillo lo mataron y sus estatuas y símbolos fueron derrumbados a piedras y palos, pero el balaguerismo quedó intacto, sobrevivió políticamente, y se encuentra enquistado en el poder. En la Línea 1 del Metro de Santo Domingo conviven Mamá Tingó, las Hermanas Mirabal, Balaguer, Amín Abel, Francisco Caamaño y los Héroes. Sencillamente aberrante.

 

Artículo publicado en el periódico HOY

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