Víctor Bautista.
Elaborar un programa de gobierno riguroso, pensado con creatividad, y sin “copy and paste”, requiere un gran esfuerzo técnico, una articulación de ideas luminosas que buscan seducir a los electores, crear esperanza, vender un sueño y ofrecer respuestas concretas a los problemas colectivos.
Los equipos técnicos de los candidatos presidenciales invierten tiempo y esfuerzos invaluables en consultas, contraste de información y consensos para estructurar ese documento que luego es presentado en actos públicos solemnes, usualmente aprovechados como catapulta electoral en los días finales de la campaña.
Los programas de gobierno corren siempre la misma suerte: dormir el sueño eterno en los anaqueles o en las gavetas. Nadie los abre. Nadie los ve. Su único momento de gloria es el del lanzamiento, cuando es instrumentalizado por las relaciones públicas de los candidatos. Y, peor aún, son suplantados por acuerdos armados con terceros en el fragor de la campaña.
Uno observa cómo se convierten en motivo de aplausos, vítores y expresiones triunfalistas los acuerdos suscritos por aspirantes presidenciales con grupos de presión o personas individuales a cambio de apoyo electoral, con lo cual van desplazando los compromisos asumidos en los programas de gobierno.
Por hacerse los simpáticos con ciertas estructuras corporativas, a veces los candidatos son llevados al redondel, caen en celadas, en redes bien tejidas que se disfrazan de interés nacional cuando, en el fondo, son la expresión de sujetos habilidosos que saben cómo asegurar fortunas capturando candidatos.
Favorezco que los aspirantes presidenciales promuevan y defiendan sus programas de gobierno a capa y espada. Escuchar a todos los grupos de interés es válido, pero sin abdicar. Asistir a sus foros como oyentes no les resta. Sin embargo, deben trazar una línea de Pizarro para que los intereses corporativos no hagan del futuro gobierno la administración cooptada por los mismos grupos de siempre.
Víctor Bautista
Twitter: @viktorbautista
