Victor Bautista.
Está siendo muy frecuente en la opinión pública la petición de “caras nuevas” en la administración pública a partir del próximo 16 de agosto. Hay una verdadera campaña en ese sentido y, sin rubor, digo que soy parte de ella, pues la creo sana, necesaria y conveniente para el tercer gobierno consecutivo de un mismo partido político, con un altísimo riesgo de desgaste temprano.
Tengo que manifestar, sin embargo (y probablemente esto me desmonte de la ola) que las “caras nuevas” no son la panacea ni la piedra filosofal para alcanzar una buena gestión. Colocarlas simplemente por complacer peticiones públicas, algunas estructuradas con cierto morbo, sería equivalente al famoso e histórico otorgamiento de pan y circo.
Más que garantizar “caras nuevas”, que todos queremos verlas sinceramente, lo realmente importante es propiciar que la administración sea una suerte de orquesta en la que ningún integrante ejecutará su instrumento sin partitura ni dirección. Tampoco deberá desafinar. Esta fue una de las partes que más caló en mi del discurso del presidente electo, Danilo Medina, durante la campaña.
Resultaría, pues, muy decepcionante para la nación que las “caras nuevas” vengan con un nivel de creatividad tal que desmonten avances logrados, desanden pasos trascendentes y den riendas sueltas a su propia inventiva impulsada por intereses y ambiciones personales o grupales.
Advierto que ya hay gente –potencial “cara nueva”- embriagada de poder, elucubrando en los mentideros y los escaparates sociales de la ciudad sobre las ejecuciones que impulsarán desde las posiciones públicas que creen tener aseguradas. Hablan de unas rupturas que espantan.
Yo creo en la transformación. No suscribo la realidad estática, pero soy irreverente ante quienes creen haber descubierto la fórmula del agua tibia o del hielo en cubitos para promover cambios que en verdad son retrocesos. !Cuidado.
Víctor Bautista
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