Víctor Bautista.
El pacto suscrito entre actores políticos para bajar el tono de la campaña me convoca, en lugar del aplauso, a la tristeza de confirmar que en nuestro país es tan escasa la conciencia cívica que un acuerdo por la civilidad se convierte en todo un acontecimiento.
Contrito me dejan también esas noticias –generalmente bien destacadas- sobre premios otorgados a ciudadanos por el simple hecho de haber cumplido con su deber, como el caso de un oficial de la Dirección Nacional de Control de Drogas que rechazó un soborno.
Recuerdo que hace poco estuvimos a punto de levantarle una estatua en la 27 de Febrero a un taxista que devolvió una cartera repleta de dinero dejada por unos turistas en su unidad de transporte.
Debería ser algo normal, parte de la cotidianidad, que los partidos políticos, los aspirantes a cargos electivos y los funcionarios públicos practiquen y exhiban comportamientos éticos y se erijan en paradigmas de las buenas costumbres, la transparencia y la equidad.
Cuando entregamos preseas y hacemos ditirambos en favor de la gente que da cumplimiento a las leyes, sigue las normas y mantiene una hoja limpia en la función pública, o en su vida privada, subrayamos nuestro déficit de formación en valores.
Lo peor de todo es que, aunque la intención sea sana y busque en el fondo promover la buena conducta, rechazar un soborno, devolver una cartera ajena y pasar por un cargo público, sin meter la mano, son acciones tipificadas por la conciencia colectiva como cobardes y pusilánimes.
He visto que en el discurso de todos los candidatos presidenciales hay un eje común respecto a este tema de garantizar y defender la ética, la efectividad y la transparencia de la gestión pública. Yo digo que la transformación inicia en la cuna familiar, con una educación fundada en valores.
Víctor Bautista
Twitter: @viktorbautista
