Victor Bautista.
Esto es real, aunque tenga cariz de fábula. Mi padre tenía una yunta de bueyes con la que labraba la fresca y oscura tierra en San Juan de la Maguana, que después era poblada con el verdor de las habichuelas entre las que crecí feliz siendo testigo de su oxigenación de la atmósfera.
Uno de los bueyes se llamaba Garantía y era negro como la noche. El otro, de pelos dorados, se conocía como Clavellina. Nunca indagué el origen de estos nombres, pero lo cierto es que la actitud de cada uno los justificaba.
Garantía, que siempre iba a la derecha, era preciso, certero y metódico halando el arado. Clavellina resultaba menos disciplinado, laxo, medalaganario y víctima de los insultos de mi padre, pero hacía su trabajo.
Eran dos bueyes en conflicto. En constante desencuentro. La autoridad, la pericia y determinación de su controlador los llevaron a una suerte de administración por resultados, que eran óptimos cuando “el viejo” los conducía.
En ocasiones, a algunos de mis hermanos mayores les tocó situarse detrás del arado. Yo, con aquella mirada silente y curiosa de párvulo esponjoso, notaba que con mi padre al mando la labranza era más lineal, profunda y acabada. La productividad resultaba ser más alta, debido a la menor inversión de tiempo y esfuerzo.
Es decir, con los mismos bueyes en las tierras de mi progenitor se verificaban resultados distintos dependiendo de quien capitaneara a Garantía y a Clavellina.
Después de recrear este episodio, entre los muchos que tendré cada vez más presentes en la medida en que me pasen los años y la memoria lejana se refresque, decidí no hablar del gabinente del presidente Danilo Medina.
Lo haré cuando empiece a ver resultados que me indicarán si el problema está en los bueyes, en quien los conduce o en ambas cosas a la vez.
Víctor Bautista
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