Se aborda la relación entre progresismo liberal, fe cristiana y resultados electorales en EE.UU. 2024.
Santo Domingo.– En junio de 2022, marzo de 2023 y septiembre de 2024 fui invitado a dictar conferencias sobre diplomacia en tres universidades católicas dominicanas: UCATEBA en Barahona, PUCMM en Santiago y UCADE en Higüey. En cada una de ellas relaté un episodio poco conocido: mi intento, como decano de los Embajadores de la Región de las Américas ante la Santa Sede, de invitar a Hillary Clinton a Roma cuando aspiraba a la candidatura presidencial demócrata en 2016.
El Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede funciona con coordinaciones regionales —parecidas a los grupos GRULAC— y con un Decano General que representa a los cerca de 190 embajadores que sirven ante el Papa, jefe de la Iglesia Católica.
Como decano para la Región de las Américas consulté la idea con el Decano General, quien la consideró excelente: un encuentro de Hillary Clinton con los embajadores, y quizás, si las circunstancias lo permitían, una audiencia con Su Santidad el Papa Francisco.
Preparé una carta formal y la entregué a un amigo común para hacerla llegar a su equipo. Nunca supe si fue recibida directamente, pero era evidente que Clinton estaba rodeada por asesores marcadamente opuestos a la doctrina de la Iglesia sobre la vida humana.
Si la propuesta llegó o no a su atención, lo cierto es que predominó la visión ideológica de su entorno, un error estratégico en un país donde la sensibilidad religiosa continúa siendo determinante.
Cuando conversé sobre el asunto en marzo o abril de 2016 con los embajadores latinoamericanos, el Embajador de Uruguay —un diplomático experimentado, entonces de 81 años— sugirió invitar también a Donald Trump, para dar equilibrio al gesto. Pero la verdad es que casi nadie, en ese momento, creía posible que Trump pudiera derrotar a Hillary Clinton.
Sin embargo, Donald Trump ganó el voto electoral —aunque no el popular— y llegó a la Casa Blanca. Paradójicamente, en 2020 un elemento que ayudó a Joe Biden fue precisamente su identidad católica.
Trump retornó al poder con un apoyo masivo, tanto en votos populares como electorales, especialmente entre los católicos y cristianos practicantes.
Kamala y Obama en 2024: Un Profundo Desconocimiento del País Real
Eso fue exactamente lo que ocurrió con el progresismo liberal que emergió con Barack Obama y se profundizó con Kamala Harris. Su tendencia a minimizar —o a ridiculizar— las creencias cristianas de millones de ciudadanos generó un rechazo profundo que estalló con fuerza en las urnas en 2024.
A ese desgaste se sumó un hecho que acompañó a Kamala Harris desde sus inicios en la vida pública: su relación personal, entre 1994 y 1995, con Willie Brown, entonces el político más poderoso de California.
Aunque no hubo ilegalidad alguna, la percepción de un ascenso influido por vínculos personales quedó instalada en sectores cristianos y conservadores, afectando su credibilidad en momentos electorales decisivos.
El caso de Barack Obama añadió otra dimensión al divorcio entre el progresismo y los votantes de fe. Nacido en Honolulu y criado parcialmente en Indonesia —el país musulmán más poblado del planeta— Obama creció lejos de los entornos donde se forman las expresiones tradicionales del cristianismo estadounidense.
Su afiliación posterior a la Iglesia de Chicago fue vista por muchos como un gesto político más que como una experiencia espiritual formativa. Esa biografía internacional, ajena a la vivencia religiosa común de millones de norteamericanos, alimentó la percepción de que Obama no sintonizaba plenamente con la identidad espiritual del país.
El Error Estratégico
El progresismo liberal no comprendió —o decidió ignorar— la profundidad cultural de la fe en los Estados Unidos. En lugar de reconocer el peso que tienen la religión y los valores tradicionales desde el Medio Oeste rural hasta las comunidades hispanas, promovió una agenda que muchos percibieron como hostil hacia el cristianismo.
El resultado fue inevitable: los votantes cristianos reaccionaron defendiendo su identidad espiritual y encontraron en la alternativa republicana la promesa de respeto a su libertad religiosa y a su forma de vida.
La historia política es contundente: ningún proyecto que menosprecie las creencias de la mayoría puede sostenerse por mucho tiempo. Obama abrió la brecha; Kamala Harris la profundizó. Y en 2024, el progresismo pagó el precio más alto: la pérdida del poder.
Quién sí estuvo en Roma en abri de 2016 fue el Senador Bernie Sanders, un crítico entonces muy duro de Hillary Clinton porque él también quería ser candidato del Partido Demócrata. Sanders vio al Papa, que lo saludó en un sitio especial, y fue invitado a la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano en medio de una controversia (In an interview with Bloomberg, Margaret Archer discussed the attendance of US presidential candidate Bernie Sandersat a conference of the Pontifical Academy of Social Sciences that she had organized. Archer accused Sanders of a "monumental discourtesy", claiming he sought to politicize his attendance after having lobbied for an invitation to the conference, failing to notify her office.[11]
Marcelo Sánchez Sorondo, the Chancellor of the academy, and senior to Archer, took issue with Archer's version of events. After repeatedly refusing to tell a Bloomberg reporter which party had initiated contact, Sánchez Sorondo insisted that proper protocol had been followed in issuing the invitation: "This is not true and she knows it.
I invited him with her consensus." The invitation in question bore his signature as well as Archer's name (but not her signature) and stated that Sánchez Sorondo was inviting Sanders "on behalf of" Archer.[12][11] Wikipedia).
El motivo de la presencia del Senador fue un Encuentro en la Academia conmemorativo de la encíclica Rerum Novarum.