Entre esos valores, dos resultan esenciales y complementarios: la honradez y la honestidad.
Santo Domingo.– La política democrática no se sostiene únicamente sobre programas, mayorías electorales o eficacia administrativa.
Se sostiene, ante todo, sobre valores morales que generan confianza entre gobernantes y gobernados.
Entre esos valores, dos resultan esenciales y complementarios: la honradez y la honestidad.
La honradez se expresa en la conducta frente a los bienes públicos, el poder y las responsabilidades del Estado.
Es la negativa a apropiarse de lo que no pertenece, a usar el cargo para beneficio personal o de grupo, y a traicionar la función pública.
Sin honestidad no hay honradez auténtica, y sin honradez la honestidad queda vacía de consecuencias prácticas.
En la historia política dominicana, Juan Bosch encarnó de manera ejemplar ambas virtudes.
Bosch no fue un santo ni un ser perfecto. Como todo ser humano, pudo cometer errores de juicio o de apreciación.
Pero fue inflexible frente a la corrupción en el ejercicio de las funciones públicas.
Para él, la corrupción no era un simple desliz administrativo, sino una degradación moral que destruye al Estado, envilece a la política y termina traicionando al pueblo.
Su honestidad se manifestó en la claridad de su palabra, en la coherencia entre pensamiento y acción, y en su disposición permanente a advertir, incluso cuando hacerlo generaba tensiones o incomodidades.
Dentro del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Bosch fue particularmente claro.
Advirtió una y otra vez que apartarse de la ética, relativizar la corrupción o justificarla en nombre de la eficacia política tendría consecuencias inevitables: la pérdida de autoridad moral, la degradación interna del partido y el distanciamiento del pueblo.
Es verdad que hubo peledeístas que actuaron en contradicción con las enseñanzas boschistas,
especialmente cuando el partido ejerció el poder.
Pero también es justo afirmar que fueron una minoría.
La gran mayoría de los militantes se mantuvo fiel al ideario de disciplina, servicio y respeto a la cosa pública.
El gran reto del PLD hoy es convencer al pueblo dominicano de que, si retornara al Gobierno,
los casos de corrupción del pasado no volverían a repetirse.
Y esa convicción no se logrará con discursos, sino con hechos verificables.
El PLD no convencerá prometiendo que “no volverá a pasar”.
Solo podrá convencer demostrando que ya no puede pasar.