El hueco que dejan los líderes: fe, razón y poder en la política dominicana

La ausencia de un horizonte ético en la gestión política dominicana contribuye a una sociedad materialmente avanzada pero espiritualmente desorientada.

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Víctor Grimaldi Céspedes.

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Santo Domingo.– Uno de los daños menos visibles —pero más persistentes— que pueden dejar los líderes políticos no está en las cifras económicas ni en las obras materiales, sino en el vacío interior que transmiten a la sociedad cuando separan fe, razón y poder. Ese hueco no siempre se nota de inmediato; se manifiesta con el tiempo, en la confusión moral, en la falta de cohesión nacional y en organizaciones políticas que sobreviven sin alma.

Vacío interior y fractura ética en la política dominicana

En la historia dominicana reciente, este fenómeno adopta rostros distintos. No todos los líderes fallaron del mismo modo, pero todos dejaron, por caminos diferentes, una fractura profunda entre conciencia, ética y acción pública.

En el caso de Juan Bosch, el hueco fue esencialmente intelectual y espiritual. Bosch conocía los Evangelios, los respetaba, los citaba incluso como referencia ética. Pero los observaba desde fuera, filtrados por una razón crítica que desconfiaba del misterio.

En su formación pesó la herencia de Eugenio María de Hostos y de una tradición ilustrada que privilegió la moral racional por encima de la fe vivida.


El resultado fue una ética elevada, pero sin trascendencia. Bosch creyó profundamente en el pueblo, pero no terminó de confiar en Dios. Esa distancia se tradujo en una política moralmente exigente, pero espiritualmente incompleta, que dejó dudas más que certezas en sus seguidores.

Leonel Fernández representa otra variante del mismo problema. Más culto, más sofisticado, más cosmopolita, leyó y estudió los Evangelios como textos fundamentales de la civilización occidental.

Sin embargo, su relación con la fe fue principalmente cultural, no existencial. La religión aparece como patrimonio simbólico, no como fuente de conversión interior ni de límites éticos innegociables.

En su legado quedó una brillante arquitectura discursiva, pero también una sensación de relativismo práctico, donde todo puede ser explicado, pero poco es vivido hasta las últimas consecuencias.

Fe y poder: disociación en la política dominicana

Joaquín Balaguer, en cambio, no padeció dudas intelectuales de fe. Su lenguaje estaba lleno de referencias a Dios, a la Providencia, al destino histórico. El hueco que dejó fue otro: la disociación entre fe y poder. Balaguer invocaba a Dios, pero no permitía que el Evangelio juzgara su ejercicio del poder. Construyó orden sin justicia plena, estabilidad sin reconciliación moral.

Su legado fue un Estado funcional, pero una cultura política donde se normalizó la separación entre religión, ética y autoridad.

Con Danilo Medina el vacío adopta una forma distinta. Danilo no era un intelectual ni un pensador. No dejó dudas de fe ni debates filosóficos. Su gobierno se caracterizó por el pragmatismo administrativo, por la gestión del poder sin una visión moral o espiritual explícita.

El problema aquí no fue el conflicto entre fe y razón, sino la ausencia de ambas como ejes del ejercicio político. El resultado fue una maquinaria eficaz, pero sin horizonte ético, un partido disciplinado sin doctrina, una política reducida a la técnica del poder.

    Estos cuatro casos revelan una verdad incómoda: los líderes no solo gobiernan su tiempo, educan espiritualmente a la nación, incluso sin proponérselo. Cuando un líder duda de la fe, instrumentaliza a Dios o gobierna sin conciencia moral, deja un hueco que otros llenan con cinismo, oportunismo o nihilismo.

    El Evangelio no es un texto para ser solo leído ni estudiado; es una verdad que exige ser vivida. Cuando la política se separa de esa verdad —por escepticismo intelectual, por cálculo de poder o por pragmatismo vacío— el país puede seguir funcionando, pero pierde cohesión interior.

    Ese es el daño más profundo y duradero: una sociedad que avanza materialmente mientras se desorienta espiritualmente. Y ese hueco, a diferencia de las crisis económicas, no se cierra con decretos ni con elecciones. Se cierra solo cuando fe, razón y conciencia vuelven a encontrarse en la vida pública.


      Victor Grimaldi Céspedes

      Victor Grimaldi Céspedes

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